¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Un ecologista con corbata

Quique Figueroa es uno de los principales adalides de eso que podemos llamar la "batalla por la sombra"

Cada vez que divisamos a lo lejos el perfil rabínico de Manuel Enrique Figueroa, nos preparamos para un festín de palabras y conocimientos variopintos. El catedrático de Ecología de la Hispalense es de esas personas que siempre está de buen humor y dispuesto a compartir sus sabidurías: las maneras de curar a un vencejo herido, las diferencias entre la sombra de la jacaranda y la tipuana, la forma correcta de podar un plátano o la tolerancia térmica de los pavimentos urbanos... Figueroa es un ecologista con corbata y terno, pero siempre desde posturas posibilistas, sin el radicalismo de Coronel Tapioca al que otros nos tienen acostumbrados. Y siempre ha sido lo suficientemente valiente para pactar con la realidad y ocupar cargos oficiales cuando ha tocado.

Profesor en el que Jorge Molina llamó "el último campus hippie", el de Reina Mercedes, Quique Figueroa merece un rincón en nuestro devocionario sevillano por ser uno de los adalides de eso que podríamos llamar la "batalla por la sombra". La razón: es consciente de que el Sahara es el destino manifiesto de la ciudad si no se toman ya medidas urgentes. Apóstol incansable de la biofilia y conversador inagotable, sabe que las personas son más felices en entornos con árboles y pájaros, aunque sean los discretos almeces y los mesocráticos gorriones. Si hoy los políticos tiemblan cada vez que en la prensa se escribe la palabra "arboricidio" es por personas como él.

Sevilla siempre fue lugar de hombres que amaron y estudiaron los árboles: Hernando Colón, Simón de Tovar, Nicolás Monardes, Benito Valdés… En su libro sobre el Parque de María Luisa, Cristina Domínguez Peláez nos cuenta la resistencia que, en 1912, mostró un sector de la ciudad a que se construyese la Plaza de América sobre el antiguo Huerto de Mariana. El motivo no era otro que la defensa del arbolado que allí había. Y en los anales de las luchas sociales de la urbe figuran movilizaciones como la que salvó los Jardines del Valle o impidió la urbanización del Prado. Aun así, todavía tuvimos que asistir a holocaustos verdes como el de la Avenida de la Constitución, Virgen de Luján o Almirante Lobo.

Tenemos dos preguntas preparadas para la próxima vez que nos encontremos con Figueroa por Felipe II: qué le parece que estén repoblando los alcorques con una especie tan hermosa pero poco frondosa como el árbol de Júpiter o cuándo vamos a crear la cofradía de los devotos de la Virgen de los Olmos, protectora desde su hornacina de la Giralda de los muy sufridos árboles de la ciudad de Sevilla. Salve Regina.

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