SÓLO cuatro eurodiputados españoles han votado a favor de una enmienda al presupuesto del Parlamento Europeo que proponía congelar salarios y dietas y obligarse a volar en clase turista: Ramón Tremosa (CiU), Oriol Junquera (ERC), Raúl Romeva (IU catalana) y Rosa Estarás (PP), aunque esta última confesó luego que se había equivocado al votar.

El escándalo ha sido tan grande que algunos grupos han rectificado sobre la marcha. Pero el mal ya está hecho. El mal ejemplo, quiero decir: mientras la gente lo está pasando muy mal, sus representantes en el Parlamento Europeo no quieren ni oír hablar de limitar sus privilegios y prebendas. No importa tanto el dinero que se ahorrarían los europeos si sus diputados fuesen más austeros, que es poco, cuanto el significado de su rechazo a apretarse el cinturón.

Y el significado es la profunda insolidaridad que manifiestan con su voto. Porque los europarlamentarios no son unos parias que reivindican una mejora en su triste situación. Desde la reforma de su estatuto aprobada en 2009 ganan un sueldo mensual de 6.200 euros netos mensuales, tienen derecho al reembolso de su billete de avión o tren de primera clase, 4.299 euros al mes para gastos generales y casi 20.000 para gastos de personal, así como una espléndida pensión a partir de los 63 años.

En resumen, ser europarlamentario es un chollo al que, además, se llega sin necesidad de acreditar un especial europeísmo o un mérito personal acorde con la importancia de esta cámara (teóricamente, el órgano legislativo supremo de la Unión Europea). En general, y sálvese quien pueda, el Parlamento Europeo se parece mucho a un cementerio de elefantes políticos. A sus escaños suelen ir políticos en la fase descendente de su trayectoria, perdedores de elecciones a los que se busca una salida airosa o líderes defenestrados en los avatares de su organización. Un retiro dorado.

Precisamente por estar en retirada deberían desarrollar una sensibilidad social más elevada. Pero no. Al contrario, se comportan como la crema de la aristocracia, la élite de la casta que constituye actualmente la clase política en las naciones europeas desarrolladas. Y no es una cuestión de derechas o izquierdas, sino de ejemplaridad o frivolidad. Mientras ellos votaban lo que han votado, el primer ministro británico, conservador él, viajaba a Málaga en un vuelo barato para pasar unos días en Granada en celebración del cumpleaños de su esposa, alojándose en un hotel de tres estrellas (120 euros la habitación doble, según comprobé ayer en la página web del establecimiento). Son actitudes distintas.

Y después se preguntan los políticos por qué las encuestas los consideran el tercer problema más grave del país... Ahí está la respuesta.

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