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En tránsito

eduardo / jordá

U n empresario

CONVERSO con un pequeño empresario que tiene nueve empleados. Supongo que como él hay miles en Andalucía. Me cuenta que desde que empezó la crisis ya debería haber despedido a varios trabajadores, pero que al final ha preferido no hacerlo. "Me senté a hacer cuentas con mi mujer, y cuando empezamos a pensar en la situación personal de nuestros empleados, en sus hijos y en sus hipotecas, decidimos quitarnos todos los caprichos para no despedir a nadie. Ahora vivimos con lo indispensable". Y luego me dice otra cosa, antes de despedirnos: "A veces me pregunto si soy tonto, porque no entiendo cómo he podido meterme en este negocio. Cada noche, cuando me voy a dormir, me llevo nueve problemas a la cama. O treinta problemas, porque los problemas de las mujeres y de los hijos de mis empleados también son mis problemas. Si ellos los sufren, yo también. Ya ves si hay que ser tonto".

En Andalucía -y en España en general- los empresarios no suelen tener buena reputación. Siempre los asociamos con personas despóticas o con pocos escrúpulos, casi siempre arrogantes y mezquinas, que explotan a sus empleados y que suelen meterse en asuntos turbios. Nos guste o no, somos un país que sólo ha tenido dos modelos culturales, el del pícaro y el hidalgo, es decir, el de los que viven del cuento y el de los que viven no se sabe muy bien de qué. Y según nuestra tradición, el empresario casi siempre significa una amenaza o una engañifa para nosotros. Por desgracia, la realidad se encarga a menudo de confirmarlo, y basta pensar en ese empresario, Díaz Ferrán, que está encarcelado por haber estafado varios millones.

Pero las cosas no siempre son así. Si todavía somos un país que puede pagar su Sanidad y su Educación públicas, es porque hay miles de pequeños empresarios que se van a dormir con un montón de problemas en la cabeza: empresarios que no tienen días libres y que se pasan la vida hablando por el móvil, empresarios que se sacrifican casi tanto como sus empleados, empresarios que prefieren invertir en capital humano antes que en sus caprichos o en sus beneficios desproporcionados. Por supuesto que estos empresarios no tienen nada que ver con los banqueros que se han puesto las botas con el dinero de todos nosotros, sino con un modelo de vida basado en el sentido común y en los sacrificios compartidos. Y cuando pienso en ese empresario que no ha querido despedir a ninguno de sus trabajadores, rezo para que todos los que son como él puedan mantener en pie sus pequeños negocios.

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