la tribuna

Gumersindo Ruiz

El enemigo interior

DOS libros recientes tratan la emigración desde perspectivas bien distintas. Ha tenido mucho eco el coordinado por Ian Goldin, que se titula: Gente excepcional, y lleva como subtítulo: "cómo la emigración ha dado forma a nuestro mundo y definirá nuestro futuro". Las razones que apoyan las migraciones son tan antiguas como la humanidad, y los datos nos muestran que hay una redistribución de la riqueza asociada al espacio geográfico, conseguida por gentes que buscan prosperar en otros lugares, ya que las diferencias entre países son un incentivo para la emigración. Desde el punto de vista económico buena parte de la agricultura actual en Estados Unidos, o la industria europea, no existirían sin la incorporación de mano de obra que ha venido de fuera. De hecho, en España y en Andalucía hemos vivido procesos recientes de fuerte crecimiento económico y generación de empleo asociados a la llegada de mano de obra; sólo que este crecimiento se daba en sectores que no garantizaban el mantenimiento a futuro de ese empleo. La movilidad en el espacio ha creado a través de los siglos sociedades diversas, algunas extraordinarias y únicas, que como dice Ian Goldin, dan forma al mundo actual. En el pasado, la dificultad de transporte y comunicación podía hacer que un inmigrante no volviera a ver nunca a su familia y amigos, mientras que ahora se mantienen vínculos permanentes, y esto hace más compleja aún la integración con otra cultura.

Pero estos hechos sobre la aportación de la emigración al desarrollo de los países, no permiten ignorar o despreciar sin más la oposición a la misma. Otro libro, el de Paul Scheffer, titulado Naciones inmigrantes, toma el punto de vista de las sociedades que reciben a los inmigrantes, y dentro de ellas a las personas que relacionan a los inmigrantes con las colas de espera en la sanidad pública, o se sienten relegadas en la educación Infantil y Primaria, o pierden empleo en la competencia injusta de la economía sumergida. Las ventajas de ser ciudadano de un país próspero han supuesto un largo camino de esfuerzos y conquistas sociales y políticas, y cuando se deteriora la red de seguridad que protegía una forma de vida, la gente se pregunta por qué alguien de fuera debe acceder sin más a los mismos derechos, y surge así la disposición al conflicto.

Son dos visiones contrapuestas. El primer libro, de aire liberal, destaca el papel positivo de los movimientos migratorios desde la perspectiva de élites integradas internacionalmente, que tienen mucho en común y pueden considerarse ciudadanos del mundo; esto es, como dice Susan George, un movimiento inevitable, una nueva lucha de clases entre los rápidos y los lentos, los inmóviles y los móviles, los arraigados y los migrantes. Y el segundo libro pone de relieve la frustración, recelo y miedo de ciudadanos corrientes, que ven difuminarse rasgos de su identidad cultural, junto con su bienestar material. Este escepticismo sobre la inmigración es también una reflexión sobre el carácter, sentido y responsabilidad que lleva consigo ser ciudadano de un país.

Estas circunstancias no parece que debieran darse en Noruega, porque necesita mano de obra para la principal actividad de explotación de recursos naturales. Por otra parte, su riqueza le permite atender por igual a sus cinco millones de habitantes, de los que un 12% son inmigrantes; y, sin embargo, ese sentimiento frente a la inmigración tiene arraigo, al igual que ocurre en otros países nórdicos. Aunque la mitad de los considerados inmigrantes son hijos de uno o dos padres noruegos (no nacidos en el país), la concentración en ciudades, la mayor natalidad relativa, el fuerte crecimiento de esa población en un período corto, propician un pensamiento contrario a los que viene de fuera, que se traslada a la política. Es fácil identificar actos aislados de barbarie con una locura individual y pretender dejar ahí el problema; pero cuando detrás existe un discurso y una ideología, hay que tener la valentía de abordar la cuestión de fondo en todas sus dimensiones, con toda su complejidad, y con las diferentes perspectivas y opiniones que se dan sobre la misma. Hay siempre una relación entre esas locuras individuales y el contexto político en el que se manifiestan; corresponde a la política impedir que entre la histeria de los que distorsionan la realidad y alientan el conflicto, y los que lo ignoran con una visión ingenua de armonía social, tome cuerpo un enemigo que no viene de fuera, sino que se ha criado dentro.

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