La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Uno de enero en San Lorenzo

Por eso tantos nos sentimos exiliados lejos de esta plaza, de esta Basílica, de esta presencia

Estoy sentado frente al azulejo del Señor del Gran Poder en la mañana clara, callada y vacía del uno de enero. Pese a lo mucho que la plaza de San Lorenzo ha padecido podría ser el uno de enero de 1921, el año en el que Chaves Nogales le dedicó al Señor su página magistral en La ciudad. Podría ser el primer día del año 1934, el del Salmo de Jesús del Gran Poder de Núñez Herrera. Podría ser el uno de enero de 1944, el año en el que Juan Sierra le dedicó al Señor su "¡Oh coagulada sangre negra, oh leño de clavel carbonizado!", o el de 1948, el del "A Jesús del Gran Poder, en sus andas de la Madrugada" de Laffón. O podría ser el uno de enero de un año que ni usted ni yo veremos. Lo mismo da. Para Dios lo que es, ya ha sido, y lo que será, ya fue. Y la más cierta imagen de Dios humanado que el arte universal ha creado está aquí, tras las puertas de la Basílica.

La plaza está vacía, como casi todas las calles en esta mañana primera de enero en la que cuesta trabajo dar un con bar abierto en el que tomarse un café. Su única vida es el goteo de devotos que van ocupando poco a poco los bancos de este templo con hechura de plaza de pueblo a la que se va a hacer tertulia con Dios.

El día anterior también estuve aquí. Caía la tarde y las calles se vaciaban. Pero a las cinco y cuarto había ya una veintena de personas aguardando que se abrieran las puertas. Dentro les esperaba el Señor con su altar de quinario dispuesto y las flores recién puestas. Cuando Miguel Martín atravesó la Basílica vacía para abrir parecía como si el Señor le urgiera a hacerlo. No le gusta la soledad y su hermandad lo ha sabido interpretar tan bien como suele hacerlo todo: el suyo es el templo de Sevilla que abre más días del año y más horas cada día, y su altar ante el que más misas se dicen. A las seis ya estaban muchos bancos llenos.

Entro en la Basílica esta mañana de uno de enero. De ayer por la tarde a hoy murió 2017 y nació 2018. ¿Y qué más da? Nada ha cambiado. Los bancos siguen llenos. Las miradas siguen fijas en Él. ¿Qué son un año u otro entre el alfa y la omega bordadas en su túnica? El tiempo de los hombres no cuenta aquí, solo el de Dios. Porque en esta imagen, tan paradójicamente poderosa y vencida, se abrazan lo humano y lo eterno. Por eso tantos nos sentimos exiliados lejos de esta plaza, de esta Basílica, de esta presencia. Simón Pedro lo dijo: "Señor, ¿a quién iremos?".

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