Recuerdo de cuando las vacaciones eran sin frenos y no como ahora. Temporada vacacional y una atalaya que se abría a un horizonte más azul que el que se nos abre hoy en el corazón de la ciudad. Atalaya mirando a la mar océana, a esa pasarela azul por donde desfilan al alimón pateras y yates de lujo, por donde llegan parias huyendo de la nada y por la que navegan epatantes en demostración palmaria de que la asignatura no la terminamos de aprobar. Asignatura pendiente la de la distribución del bienestar, unos con tanto y otros con nada, para un canto a la desesperanza. Y allí con la ventana abierta al Atlántico y tratando de resolver el gran problema de la jornada. Esa incógnita era la de saber de dónde soplaba el viento, si fresquito de poniente o caluroso de levante. Y luego, cuando se despeja el enigma, piensa uno que qué más da con la que está cayendo.
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