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P ensiones: otra estafa piramidal

LO obvio. Upton Sinclair, el novelista norteamericano ganador del premio Pulitzer, solía repetir una frase que, en muchas circunstancias, me ha sacado de la estupefacción: "Es muy difícil hacer que alguien entienda algo cuando su salario o renta depende que no lo entienda". O lo que es lo mismo, no queremos comprender aquello que, por un motivo u otro, no nos interesa. Imagino que al respecto se habrán escrito innumerables libros de comportamiento económico, de psicoeconomía, de antropología, etc. Pero al final el resumen no es otro que ése. Llevamos años sin querer aceptar lo evidente: el maravilloso invento de las pensiones de jubilación, tal y como lo hemos conocido hasta ahora, ha muerto. Para hacernos más llevadero admitir esa otra verdad incómoda, quienes parece que nos gobiernan acuden, como tantas otras veces, al enredo del lenguaje. Si bien todo el espectro político -o lo que queda de él- coincide en que el sistema es inviable, nadie se atreve a proclamar cuál es la cruda realidad. A lo sumo, que hay simplemente que reformarlo, que retocarlo. Para empezar un debate tan importante, ¿por qué no tener el valor o el coraje suficiente de llamar a las cosas por su nombre?

La engañifa. Si el sistema público de pensiones respondiera a los métodos actuariales que rigen en las compañías de seguros y en los bancos, se calcula que solamente una minoría exigua de aquéllas respondería realmente a lo contribuido durante los períodos de cotización: la gran mayoría excedería con creces en su cuantía total la capitalización de esas aportaciones realizadas durante años de trabajo. ¿Cómo, cabría preguntarse, ha sido entonces posible durante tanto tiempo en casi toda Europa el milagro, el juego malabar? De forma resumida, con independencia de otras variables que saltan a la vista, por lo que algunos estudiosos han dado en denominar, no sin motivos, la "gran estafa generacional" (The Pinch: how the baby boomer took their children future and why they should give it back ha sido un éxito de ventas en los países anglosajones durante los últimos tres años). Porque, en definitiva, el sistema público de pensiones funciona como una gran inversión piramidal cuya sostenibilidad (bendita palabra) depende de la entrada en el esquema de más partícipes de los que salen. Este mecanismo, que ha funcionado en las naciones europeas hasta hace sólo unos años, ha quebrado como un castillo de arena debido a factores como el aumento de la esperanza de vida (y el mantenimiento de la edad de jubilación o incluso su acortamiento), la decreciente demografía, y un nivel de desempleo estructural elevado a partir de la segunda crisis del petróleo. Podemos dejar que las cosas continúen como hasta ahora, pero los grandes pagadores del jolgorio serán quienes vengan detrás, esas generaciones a las que, según David Willets, diputado británico y autor del precitado libro, les han robado el futuro y a las que, de seguir todo igual, les van a hacer sobrellevar cargas insoportables.

Algunas proposiciones. El panel de expertos que, a petición del Gobierno, está elaborando un informe sobre la próxima reforma (sic) de las pensiones ha concluido, al parecer, que para calcular las cuantías de las nuevas se tenga en cuenta la esperanza de vida y que la actualización de las mismas se ligue a la salud de las cuentas de la Seguridad Social: realmente de crack. O lo que es lo mismo, que no se disocie su monto, como ha venido ocurriendo hasta ahora, de las circunstancias que determinen a medio plazo su viabilidad. Asimismo, y tras un análisis sesudo, abogan por que las medidas correctivas se apliquen también, por razones de justicia, a los jubilados actuales. Casi de Perogrullo. Cualquier esquema Ponzi tiene un final traumático: que se lo pregunten a quienes invirtieron en sellos y que apenas van a recuperar el 5% de su inversión tras años de pleitos y batallas. Pero ignorar la realidad, por más desagradable que sea, sólo agravará los problemas en el futuro. Es decir, de quienes sostienen con sus cotizaciones a los jubilados actuales y que ignoran si ese compromiso intergeneracional se mantendrá con ellos, con nosotros.

En cualquier caso permítanme algunas modestas proposiciones: ¿no tendrían que ser incompatibles dos o más pensiones, sean del tipo que sean? ¿No se podrían corregir éstas en función del patrimonio y rentas preexistentes? ¿No se debería discriminar positivamente las pensiones de quienes hubieran mantenido hijos (futuros cotizantes), y por tanto hubieran visto mermada su capacidad de ahorro con quienes no? Es lógico que haya quien no quiera entenderlo. Pero también injusto.

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