TREMENDA repercusión la que ha tenido en la ciudad esa decisión de la Vera Cruz de ir a la Catedral sin sus imágenes. Fantástico resulta meterse por los vericuetos de esa Sevilla tan proclive a escandalizarse; tan vocacionalmente escandalizada que siente un insufrible síndrome de abstinencia cuando no ve en el paisaje un motivo para llamarse a escándalo. Resulta que se escandaliza un personal que no se rasga las vestiduras cuando algún osado pone el patrimonio material de la hermandad en la calle sin las mínimas condiciones de seguridad, con las isobaras muy juntitas como presagio de lluvia inevitable. Y hasta alguno de esos cofrades con vara alta han de ser avisados por el cielo con un trueno como el que el martes abrió la estación penitencial del diluvio. A esos mandarines de la cosa es a quien hay que correrle la vara y no a los de la Vera Cruz por cumplir con lo establecido, que era hacer penitencia.
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