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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Aprimera hora de la mañana, en estos días de feria y jolgorio (al menos en la ciudad en la que vivo), un vehículo de la limpieza está regando la callecita peatonal por la que voy caminando. El vehículo ocupa casi toda la calle, así que todos los peatones nos quedamos atascados. Una señora mayor se queja a mi lado: "¿No podrían dejarnos en paz?". El operario, al oírla, la mira sorprendido, y yo también. Es muy temprano y la calle está muy sucia, pero ya hay alguien que la está limpiando. ¿Cómo puede molestarse esta señora por algo que en realidad debería agradecer? ¿Y no se da cuenta de que está disfrutando de unos servicios públicos que sólo existen en unos pocos lugares privilegiados de este planeta?

Pero está visto que cada vez nos cuesta más valorar lo que tenemos. Si existe ese servicio de limpieza, es porque hay un presupuesto público que todavía -y no sabemos por cuánto tiempo- está en condiciones de sostenerlo. Y eso significa que alguien tiene que pagar impuestos y que alguien más tiene que administrarlos con un mínimo de eficiencia. Puede que parezca un proceso muy sencillo, pero en realidad no lo es. Y bastaría con que de la noche a la mañana desapareciera el servicio de limpieza y las calles se llenaran de basura, para que la señora que antes se quejaba empezara a reclamar aquello mismo que le molestaba. En muchos lugares del mundo es difícil ver un vehículo de limpieza. Aquí los tenemos desde hace tanto tiempo que ya creemos que forman parte del paisaje urbano. Pero el día en que no tengamos el dinero público suficiente para pagarlos, adiós muy buenas. Y esta eventualidad, por desgracia, no es ningún disparate.

Digo todo esto porque estamos tan acostumbrados a dar ciertas cosas por hechas que a menudo olvidamos que todas esas cosas tienen un precio. Muchos de los derechos que damos por supuestos -el derecho a la educación, a la sanidad o a las pensiones- sólo son posibles porque todavía estamos en condiciones de sufragarlos. Y eso exige un gran esfuerzo colectivo del que no sé si somos muy conscientes. Porque nuestra clase política lleva tantos años haciéndonos creer que nos concedía dadivosamente esos derechos, que ahora ya creemos que esos derechos nos pertenecen por una especie de mandamiento divino, cuando la triste realidad es que sólo los tendremos si también estamos en condiciones de pagarlos. Es algo sobre lo que deberíamos reflexionar, sobre todo en estos días de jolgorio y diversión en los que nadie parece querer complicarse la vida.

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