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En tránsito

eduardo / jordá

V ergüenza

MUCHAS veces me pregunto cuál es la historia que hay detrás de los cientos de vagabundos que veo en la calle. Hay uno, por ejemplo, que me llama mucho la atención. Es muy joven (debe de tener poco más de treinta años) y siempre va vestido con traje oscuro y corbata, como si tuviera que acudir a una ceremonia familiar o a una urgente entrevista de trabajo. Ese hombre va arrastrando dos grandes bolsas negras de plástico, y no se separa jamás de ellas porque imagino que allí guarda lo poco que conserva de su vida pasada, cuando todo era normal y la vida aún no se lo había llevado por delante.

En esas bolsas debe de llevar fotos de su familia o de la casa que fue suya -aunque ahora ya las haya perdido a las dos-, y también las pocas cosas que pudo coger cuando se fue de su casa o lo echaron o la perdió: quizá una vieja medalla de comunión, o un título de campeón infantil de judo, o el diploma del máster que hizo en Marketing y Administración de Empresas cuando tenía 22 años y estaba seguro de que su vida iba a ser como él había soñado que fuese. Y si no quiere separarse del traje oscuro ni de las bolsas, es porque allí tiene lo único que le permite creer que aún conserva un mínimo de dignidad y de valía. Y cuando pierda ese traje o esas bolsas, y cuando ya ni siquiera le quede el descolorido diploma en Administración de Empresas, su vida se irá despeñando poco a poco, hasta que acabe siendo un alcohólico o un loco que ya ni siquiera recuerde muy bien quién es.

¿Por qué vive ese hombre en la calle? No lo sabemos, pero a veces es muy fácil atar cabos. Supongo que perdió su trabajo, o se separó, o se separó tras haber perdido su trabajo, o perdió el trabajo tras haberse separado (aquí, como en las multiplicaciones, el orden de los factores no altera el producto), hasta que un buen día se encontró sin dinero y sin casa y ya no supo qué hacer. Podría haber intentado volver con sus padres, o pedir ayuda a sus amigos, o intentar iniciar una nueva vida en otro sitio, pero la vergüenza de saber que había fracasado de modo estrepitoso fue superior a su capacidad de resistencia. La vergüenza, sí, ésa es la palabra. Y un día, sin saber muy bien cómo, ese hombre se encontró viviendo en la calle con un traje y una corbata y unas cuantas pertenencias que le recordaban quién había sido antes de que todo se viniera abajo. Y ahí sigue, en la calle, arrastrando las bolsas negras con su traje y su corbata oscura, como si fuera a hacernos creer a todos -y también a sí mismo- que está yendo a una urgente reunión de trabajo.

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