CON las cautelas obligadas porque las elecciones todavía no se han celebrado, no resulta aventurado adelantar que los comicios del 22-M van a definir un escenario político distinto al que estamos acostumbrados en Andalucía, marcada por la hegemonía socialista, sólo matizada por gobiernos de coalición con el PA e IU en tres legislaturas desde 1982. Los cambios fundamentales que se perfilan son, por un lado, la ausencia de mayorías absolutas y, por otra, la suavización o la liquidación del bipartidismo imperfecto que ha signado la política andaluza. Lo primero afectará a la estabilidad del gobierno de la Junta de Andalucía y lo segundo al protagonismo de los agentes políticos, que parecen destinados a aglutinarse en base a tres grupos parlamentarios potentes: PSOE, PP y Podemos. La irrupción del partido fundado por Pablo Iglesias, que supera por vez primera en una comunidad importante la anécdota de las elecciones europeas, obligará a los demás partidos a replantear sus estrategias y no dejará de influir en la política nacional, en la que, por otra parte, está largamente acreditada la repercusión de todo lo que ocurre en nuestra comunidad autónoma. La primera reflexión que cabe hacerse corresponde a los partidos tradicionales del Parlamento andaluz (PP, PSOE e IU), que no han tenido la inteligencia y la sensibilidad de comprender los cambios que se estaban produciendo en la sociedad española en los últimos años y el hastío de los andaluces por la prolongación de la crisis, los escándalos de corrupción y los vicios de la vieja política endogámica de despachos y énfasis en las cuestiones internas. En este sentido, la presentida consolidación de Podemos y la aparición brillante de Ciudadanos suponen un serio toque de atención a las formaciones clásicas del espectro político andaluz y apelan a la necesidad de reinventarse en muchos sentidos para no perder el tren del protagonismo, e incluso de la presencia misma en algún caso. El Parlamento andaluz, que lleva dos legislaturas enteras con sólo tres grupos representando a los ciudadanos, puede registrar para el próximo e inminente mandato hasta cinco grupos, sin duda un mejor reflejo del pluralismo real de la sociedad andaluza y también un acicate para la negociación y el consenso, dos instrumentos que la política andaluza ha tenido abandonados durante demasiado tiempo. Solamente al principio de su andadura la Cámara legislativa autonómica ha dispuesto de tanta representatividad y pluralidad. Lo que hace falta es que la consecuencia no sea la esterilidad y la ingobernabilidad, sino todo lo contrario. Un Parlamento más plural debe acoger una vida política más eficaz y transparente.

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