NADIE puede discutir que los Presupuestos Generales del Estado presentados por el Gobierno, que ya están en el Congreso para su tramitación, responden al escenario de crisis profundísima en el que nos encontramos -sin ver todavía el final del túnel- desde hace cuatro años y a la exigencia europea de cumplimiento escrupuloso del objetivo de déficit. Desde ese punto de vista, las cuentas del Estado podrán gustar más o menos, pero responden a un estado de necesidad objetiva. Sin embargo, vistos desde Sevilla, a los Presupuestos sí se le pueden hacer fundadas objeciones que permitirían concluir que ni la capital ni la provincia han sido tratadas por el Gobierno, no ya con excesivos miramientos, sino tan siquiera con un mínimo de equidad. Donde con más crudeza se ve el trato dado a Sevilla es en la comparación de la ratio de inversión por habitante en relación con la del resto de Andalucía y el conjunto de España. Tal y como publicábamos el domingo, el Estado va a invertir en Sevilla 142,83 euros por habitantes, mientras en Andalucía la cantidad se sitúa en 190,68 y en España en 271,65. Las diferencias hablan por sí solas. Además, proyectos de infraestructuras como el Metro o la SE-40, vitales para el desarrollo a corto plazo de Sevilla, quedan infradotados o, directamente, ni aparecen. Pero donde quizás más se vea esa desconsideración a Sevilla sea, por la enorme carga simbólica que tienen, en las partidas que se destinan a sus equipamientos culturales. El maltrato que reciben el Teatro de la Maestranza, el Museo de Bellas Artes, el Arqueológico o la Catedral, con asignaciones nulas o escasísimas, es aún más sangrante si se compara con los referentes de otros lugares de España. Por poner un ejemplo, el Museo del Prado se lleva 11,4 millones de euros y el de Bellas Artes, nada. En definitiva, son unas cuentas en las que Sevilla no sale bien parada y en las que se tiene la impresión de haber sido medidos por un rasero más estricto que el que se ha aplicado en otros sitios.