TODOS los auténticamente grandes rompieron muy imberbes. El ejemplo más elocuente es el de Pelé, que reventó el Mundial de Suecia con sólo diecisiete años. A esa edad, ya Maradona maravillaba a los argentinos y también al mundo con aquel Mundial juvenil que ganó en Japón junto a Ramón Díaz, Calderón y Barbas. Componían un cuarteto magnífico del que Diego era el concertino. Cruyff rompió también muy joven a nivel doméstico, pero Holanda era poca cosa y el Ajax un equipo embrionario. También Beckenbauer se dio a conocer pronto como un medio volante como quizá no haya habido otro.

Di Stéfano vino a España ya talludito, pero con River y Millonarios había alcanzado un prestigio extraordinario a pesar de que por entonces el fútbol se expandía por el boca a boca de un aficionado a otro. Todos los grandes de verdad rompieron muy jóvenes, como rompió Messi para ir en progresión geométrica y para que Maradona, su jefe en la albiceleste, le llame Lío en vez de Leo. Lío de Lionel o por el lío que le forma a todo el que coge. La jugada que terminó en el larguero tuvo un comienzo excelso. Un arranque de ensueño, cómo dejó clavado a Pernía estando parado, cómo se puso a cien desde cero en un instante fugaz, un lío este Messi.

Quizá le falte a Messi el carácter que Maradona sacaba en el campo, ese aura de autoridad que te hace ser tan respetado como reconocido por compañeros y contrarios. No sé si llegará a adquirirlo, si llegará el día en que sea impensable que el Eto'o de turno le arrebate el balón para tirar un penalti. ¿Quién hubiese tenido redaños para hacerle eso a Maradona? Cuando esa jefatura natural se haga presente, Messi estará en condiciones de figurar en el podio de los verdaderamente grandes. Mientras tanto disfrutemos de su genio futbolístico, de esa forma de dejar, andando, clavado a un defensa sin posibilidad alguna de reacción. Un lío este Leo, Lionel Messi.