Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

El espejo del río

Con el fracasasdo dragado del río Sevilla ha perdido una vez más el tiempo y las escasas energías que logra movilizar

De la historia del dragado del estuario del Guadalquivir, que esta semana ha pasado a mejor vida tras más de una década de frustraciones, lo más grave es que a cualquier sevillano preocupado por la historia reciente de su ciudad le suena a conocida, incluso a reiterada. Basta echar una ojeada rápida al siglo XX y encontrar precedentes que en su día también concitaron grandes expectativas sobre cómo iban a cambiar el futuro económico de la ciudad, desde el canal de navegación Sevilla-Bonanza hasta la instalación de la siderúrgica integral que en los años del desarrollismo franquista el Régimen birló para llevársela a Sagunto. Hay muchos más ejemplos que se podrían traer a colación con el denominador común del fracaso. La diferencia con el caso del dragado es que a diferencia de los del siglo XX este proyecto no ha tenido que venir nadie a quitárnoslo para favorecer a otros. Aquí ha sido la propia torpeza de la ciudad y sus autoridades, de las -de alguna forma hay que llamarlas- fuerzas vivas y especialmente de las personas que a lo largo de los últimos años han sido responsables de la Autoridad Portuaria las únicas responsables de lo que ha pasado.

Se partía de una premisa incuestionable y que a día de hoy es igualmente válida: si no se facilitaba mediante una nueva esclusa y un aumento del calado la posibilidad de que atracaran en Sevilla barcos de mucha más capacidad de carga, el Puerto estaba destinado a languidecer y no podría competir con los gigantes que tiene a su alrededor, principalmente Huelva y Algeciras, aunque este último juega en otra liga. Sus únicas ventajas competitivas, el ser el único fluvial de España y sus buenas conexiones ferroviarias, quedaban anuladas. Pero no se tuvo en cuenta que la margen derecha del estuario del Guadalquivir es el parque Nacional de Doñana, un espacio natural de importancia mundial y una de las marcas medioambientales más conocidas y apreciadas. Desde un primer momento la profundización del río tuvo en contra a las principales organizaciones ecologistas del planeta y a entidades del peso en la opinión internacional de la Unesco. Los informes científicos que se hicieron desaconsejaron la obra, que se convirtió, sobre todo, a partir del elaborado en 2010, en un empeño imposible. Ni el Gobierno de la nación ni la Junta de Andalucía iban a poner en juego Doñana para satisfacer las aspiraciones del Puerto de Sevilla, que, por otro, lado tampoco ha logrado implicar en su defensa a muchos más de los que directamente tenían intereses en el asunto. Sevilla nunca ha mirado al río como motor de empleo y desarrollo y esta vez tampoco iba a ser una excepción.

Lo cierto es que la ciudad ha perdido una vez más miserablemente el tiempo y las escasas energías que es capaz de movilizar. La nueva esclusa y la zona franca se convierten en símbolo de esa ineptitud. Lo cierto es también que el puerto de Sevilla sigue siendo una difusa esperanza de desarrollo que la ciudad no es capaz de plasmar en realizaciones concretas y que llevamos así tres siglos, desde que Cádiz heredó el monopolio del comercio con las colonias americanas.

Pero quizás lo más interesante de esta historia es que nos vuelve a poner delante de un espejo que refleja nuestras propias incapacidades. El puerto no es más, en este caso, que un trasunto del resto de Sevilla donde parecemos condenados a que cada vez que se da un alto hacia delante, sea grande o pequeño, es porque se ha impulsado desde fuera. El fracaso de este proyecto para desarrollar el puerto coincide con el cuatro de siglo de la Exposición Universal de 1992. Aplíquenlo como metáfora de las cosas que pasan en Sevilla. No ahora, sino desde hace ya demasiado tiempo.

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