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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La esquina

josé / aguilar

Por qué no estalla esto

TAMBIÉN yo me pregunto a veces cómo es que el malestar social y el malestar político no acaban en estallido. Es un tema recurrente en las conversaciones a todos los niveles, pero nadie ha sido capaz de encontrar una respuesta satisfactoria y convincente.

Sin salir de Andalucía, vayamos a los datos. Con casi un millón y medio de parados oficialmente registrados y varios millones más de empobrecidos por la crisis y los recortes, ¿cuántos andaluces se manifestaron ayer al amparo del Primero de Mayo, en una de las jornadas más propicias para las movilizaciones de protesta? Los sindicatos convocantes calcularon que en Córdoba, en el acto central de la región, sacaron a la calle a 12.000 ciudadanos. Asumiendo los criterios, habitualmente generosos, de los organizadores, podríamos redondear una cifra triunfalista: 100.000 manifestantes en toda Andalucía (CCOO y UGT hablan de 85.000). Bueno, pues representarían el 7% de los parados. Sin contar con los que sin estar parados han visto notablemente empeoradas sus condiciones de vida y tienen motivos sobrados para estar cabreados. Y si hablamos del resto de España, la cosa no varía.

Igual que hay razones de sobra para la crispación debe haberlas para explicar por qué no se produce. Una es que no es lo mismo indignarse que mostrar la indignación. Se puede estar muy descontento y, a la vez, no dispuesto a echarse a la calle en compañía de otros para demostrarlo. Esto tiene que ver, quizás, con un estado de ánimo más próximo al miedo y el fatalismo que a la reivindicación. Seguro que también tiene que ver con la condición de los movilizadores -los sindicatos han perdido crédito y prestigio- y con la ausencia de alternativas a la política actual.

Existen otros factores más sociológicamente convincentes. Uno, que una parte no desdeñable de nuestra actividad productiva es economía sumergida -más del 20%, según los expertos-, lo que sugiere que la pobreza oficial es superior a la pobreza real. Gracias a ella muchas familias pueden ir tirando y saliendo adelante en vez de salir a la calle a tirar piedras y denuestos. Dos, que nuestra concepción de la familia y las relaciones sociales actúa como colchón amortiguador ante injusticias y desamparos. Una forma constatable, aunque limitada, de solidaridad y cohesión social.

Si no fuera por eso, ¿cómo iba a aguantar la España de los seis millones de parados sin resquebrajarse?

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