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El eufemista

Es fácil encontrar en periódicos antiguos la opinión del señor Sánchez, contraria a cuanto hoy promueve con desenvoltura

Don Pedro Sánchez ha decidido definir el golpe de 2017 como un "desorden público". Por idénticas razones, podríamos describir los crímenes de Jack el Destripador como desordenes privados, ya que se cometieron individualmente y a escondidas. El problema no es tanto, pues, el nombre como lo nombrado. Y lo nombrado no cambia su naturaleza, no pierde su gravedad, por el hecho de trasladarlo a una vaga generalidad eufemística. "¡Qué alegría vivir en los pronombres!", cantaba Pedro Salinas en La voz a ti debida. Hoy sabemos, sin duda posible, a quién debe su voz el presidente del Gobierno; y también cuál es la cuota parte que abona por seguir hablando desde la umbría monclovita. De modo que su alegría por vivir en los eufemismos es una alegría que nos resultará, al cabo, muy costosa.

Costosa, principalmente, en términos sociales. El trato privilegiado del Gobierno a quienes quisieron destruir la democracia en Cataluña hace un lustro, no es fruto de un honesto -pero equivocado- enfoque del problema, sino del más inmediato y transparente interés personal. Es fácil encontrar en periódicos antiguos la opinión del señor Sánchez, contraria a cuanto hoy promueve con desenvoltura. No cabe, pues, una discusión sobre la naturaleza de los hechos ajena al oportunismo. El problema, sin embargo, no es tanto la ductilidad anímica del señor Sánchez, cuanto las consecuencias derivadas de la legislación ad hominen, que atañe a delitos cometidos por quienes apuntalan su Gobierno. El golpe de Estado de 1934, acaudillado por la ERC de don Lluis Companys, costó medio centenar de muertos. El de 2017, por fortuna, no conoció la efusión de sangre. Ahora bien, ¿y si los alegres sediciosos de antaño vuelven a desordenar Cataluña? El señor Sánchez sin duda sabe que un país no se rompe nunca con facilidad y dócilmente. Y también debe saber, porque es él quien lo promueve, que la democracia española acaso se halle en peor situación para defenderse del ridículo y autoritario supremacismo que nos embarga.

Cuenta don Josep Borrell que el señor Pujol le dijo en una ocasión: "Usted es nacido en Cataluña, pero no catalán". Lo cual nos lleva a la pregunta lógica. ¿Y quién decide, quien espiga al verdadero catalán de entre la braña vulgar y deshonesta? Ya lo habrán adivinado ustedes: los apoyos del Gobierno de la nación, inspirados por una deidad xenófoba. Xénofoba, pero no desinteresada. Parece que el señor Sánchez también les va a arreglar lo de la malversación. Con lo que quizá acabemos debiéndole dinero a nuestros héroes del supremacismo.

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