en tránsito

Eduardo Jordá

Una extraña amistad

YA que estamos de nuevo debatiendo sobre el Valle de los Caídos, me gustaría contar una historia que poca gente conoce, porque ha interesado ocultarla o porque no se ha entendido nunca del todo. Esa historia afecta a uno de los personajes que están enterrados con toda solemnidad en el Valle de los Caídos: José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange que fue fusilado por los republicanos en la prisión de Alicante en noviembre de 1936.

Ante todo, hay que dejar claro que Primo de Rivera fue un político fascinado por el fascismo italiano, y sus partidarios cometieron toda clase de crímenes monstruosos en la España sublevada de Franco. Eso es innegable. Pero el personaje es mucho más complejo de lo que se nos ha hecho creer. Porque Primo de Rivera fue un idealista romántico, como lo fueron muchos políticos en los años 30 del siglo pasado. En aquella época la lucha política estaba teñida de un peligroso romanticismo. Y muchos jóvenes -que podían ser fascistas o comunistas o anarquistas- despreciaban la aburrida democracia formal de los parlamentarios indolentes que sólo parecían preocuparse por lustrarse los zapatos. En cierta forma, aquellos jóvenes se comportaron como unos punks que se metían en política a tocar Dios salve a la Reina con las guitarras desafinadas, sólo que llevando correajes y pistolas. Para ellos, el parlamentarismo era una aberración y todo reformismo político suponía una claudicación vergonzosa. No había que crear escuelas y hospitales, sino alcanzar la revolución al precio que fuese. Y lo único que valía era la acción directa que debía conducir a la revolución nacional o a la revolución proletaria, y todo lo demás eran pamplinas. Ahora ya sabemos que los peores horrores del siglo XX fueron una consecuencia directa de aquellos delirios. Pero ellos, los protagonistas de la Historia -y los que acabaron padeciéndola-, no sabían lo que nosotros sí sabemos. Y por eso se negaron a llegar a ningún acuerdo con lo que consideraban "el enemigo".

Pero a pesar de todo eso hubo una intensa amistad entre dos enemigos ideológicos como fueron Primo de Rivera y el dirigente socialista Indalecio Prieto. La historia de esa admiración mutua no se ha contado, porque no interesaba a ninguno de los dos bandos -ni a los franquistas ni a los republicanos-, aunque estoy convencido de que es una de las historias más fascinantes de la Guerra Civil. ¿Por qué esas dos personas que tanto se respetaban tuvieron que terminar enfrentadas en una guerra a muerte, hasta el punto de que Indalecio Prieto tuvo que aprobar la sentencia de muerte de José Antonio? Eso es algo que todavía, tras años y años de Memoria Histórica, nadie ha sabido explicarnos. Seguiremos a la espera.

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