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Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

P ez gordo

LA consideración del pagador de impuestos es distinta en cada país, de forma que los defraudadores son repudiados en el mundo calvinista y escandinavo, mientras que en otras latitudes más calurosas el evasor puede pavonearse de su habilidad en no pagar lo que legalmente le corresponde. Aquí tuvimos nuestra ración de desahogo durante una década completa, y mucho artista se lo llevaba calentito y lo cantaba con orgullo en los cenáculos de los ganadores de una época malamente prodigiosa. Pero eso ya pasó, a la fuerza ahorcan. Quienes pagan impuestos directos en este país son mayormente asalariados, de entre los cuales los profesionales son masacrados. Aparte, todos pagamos más por nuestro consumo desde la (última) subida del IVA, y quienes fuman, beben o van en coche deben temerse siempre lo peor cada vez que las cuentas públicas se estrangulan. Las empresas contribuyen relativamente poco, tanto por lo mustio del panorama como por la cantidad de deducciones y desgravaciones posibles en España, más la contabilidad creativa. Y después están los ricos. Como decía Merkel en una entrevista esta semana, "los ricos podrían ser muy útiles, es lamentable su escasa responsabilidad".

Ricos hay de diverso tipo. En su peor versión, los hay de los que han arramblado a la grande con dineros del Estado o de sus empresas (véase Bárcenas, que podría pagar una fianza de 43,2 millones por las cantidades ocultadas al fisco). Tenemos la variedad gran banquero que pone la morterada negociada sobre la mesa de Hacienda, y tan amigos (Botín). También está la variedad Messi, que una vez pillado apoquina y hace también feliz a la Agencia Tributaria. Algún pedante de su partido ha dicho que eliminar impuestos "está en nuestro ADN", pero Montoro lo tiene claro, como lo tiene claro el fisco de muchos otros países europeos: una inspección al grande es más rentable, y produce ingresos a corto plazo. A nadie le gusta pagar impuestos, pero tampoco le gusta a nadie ser públicamente vilipendiado por pirata, en los tiempos tan encabritados que corren. Los pequeños pagadores con nómina están pillados por el arco, y el rendimiento de verdad viene de las grandes fortunas, como la de Amancio Ortega, que también va a cotizar por una sentencia de esta semana. Limpiar una ballena es mucho más productivo que un millón de boquerones.

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