DÍCESE con todo el fundamento habido y por haber que el aire que llega del Guadarrama a Madrid no es capaz de apagar un candil, pero sí de matar a un hombre. Y se ha ido febrero con la sensación de que, al igual que el aire madrileño, el de aquí, ese que lo mismo que viene de la Campiña llega del charco, tiene un peligro parecido. Con más carga de humedad que el madrileño, hay que ver cómo proliferan las gripes y los resfriados chungos que tanto tardan en abandonarnos. Este invierno tan frío y poco lluvioso, ni siquiera la vacuna antigripal ha tenido la efectividad acostumbrada. Es como si los múltiples virus que nos rodean se hubieran aprendido la lección para eludir la intentona inmunológica. Se ha ido febrero, que en su locura sempiterna nos ha sorprendido con una falta de lluvia pavorosa para solaz de esos virus que tanto catarro han traído.
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