Paisaje urbano

Eduardo / osborne

El que faltaba

LA semana pasada quedó en libertad Arnaldo Otegi tras cumplir seis años de cárcel en la prisión de Logroño por intentar reorganizar Batasuna a las órdenes de ETA. Nada más salir, al calor de esa claque tan desagradable que lo acompaña, le faltó tiempo para proclamar allí mismo su disposición a liderar la izquierda abertzale en pos de la independencia. En este río revuelto en que está convertida la política española, un pescador más a la busca de su presa. Mientras vaya con caña y no con otra cosa, no hay mucho que objetar.

Curiosamente, los que más han saludado la noticia han sido los líderes más representativos de Podemos, aunque eso no debe extrañar tanto. Precisamente uno de sus mayores éxitos electorales se ha producido en el País vasco, siendo incluso la fuerza política más votada en Álava, convirtiéndose en beneficiario de muchos votos procedentes de la izquierda radical vasca, un poco desnortada en este desconocido escenario sin terrorismo. Ahí tienen a Iglesias y a Errejón, tan contentos, proclamando la libertad de este mesías de tercera como una buena noticia para los demócratas. En todo caso será una buena noticia para él. No deja de sorprender la escala de valores de estos nuevos apóstoles de la utopía, tan rigurosa para unas cosas y tan laxa para otras.

Otegi es, vuelve a serlo, la cara más siniestra de nuestra democracia, como un embajador de la violencia que viniera a decirnos con buenas palabras que los otrora cuidadores de la serpiente no tienen más interés en sacarla, pero que allí siguen con su entrada en la puerta de la fiesta. Y siempre aparecen por allí algunos amigos enrollados y un poco olvidadizos dispuestos a colarlos, como si el personaje no hubiese sido condenado por dos tribunales distintos en un proceso con todas las garantías, el segundo de los cuales, por cierto, le rebajó considerablemente la condena.

El debate, en cualquier caso, es más moral que jurídico, y su discusión transita por los terrenos pantanosos que van de la memoria al olvido, de la libertad al totalitarismo más primitivo. Lo que molesta de estas adhesiones no es tanto su posición respecto a la decisión judicial concreta de condena, sino el apoyo incondicional a quien durante tanto tiempo infligió tanto dolor. En estos tiempos inciertos al menos cada uno va descubriendo sus cartas, y este triste episodio bien pudiera servir de aviso para navegantes intrépidos.

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