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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Los fantasmas de los cafés

Escribió Steiner que Europa es ante todo un café repleto de gentes y de palabras. ¿Cuándo volverá a serlo?

Tal vez porque hoy sea el día de la madre y ya sólo pueda darle un beso a la mía cada 18 de diciembre. Tal vez porque lo que más echo de menos en este largo encierro que quizás empiece a terminar -además de a mi nieta que, la puñetera, ha decidido echar su primer diente y empezar a gatear y andar durante el confinamiento- sean los cafés con los amigos, me suena hoy por dentro Nat King Cole cantando Stardust y me visitan los fantasmas, no de las Navidades pasadas como a Scrooge, sino de los cafés pasados. Primero los del Tánger de mi infancia. El Café de París al que me llevaban mis padres, ellos con sus libros y periódicos, yo con mis tebeos del Capitán Trueno y Tintín, mientras en el jukebox -eran los años 50- sonaba Petite fleur de Bechet, Diana de Paul Anka, Les feuilles mortes de Montand, Les enfants du Pirée de Melina Mercouri o Je ne regrette rien de la Piaf. Después el Café Hafa, encaramado en la colina del Marshan, al que íbamos a tomar té verde mientras desde sus terrazas escalonadas se veía caer la tarde sobre la ciudad blanca y el intenso azul del estrecho. Y por supuesto el salón de té de Madame Porte, el de las genuinamente francesas, prietas y pequeñas magdalenas con forma de concha que Proust mojó en tisana.

… Y Sevilla. Estos días en los que la memoria tiene tanto tiempo para herirnos me visitan los fantasmas de los muchos cafés, hornos y salones de té que perdimos. El Gran Britz, La Española, los Hornos de San Isidoro y San Buenaventura, Los Estepeños, el Flor, la confitería Santa Catalina, Los Corales, La Punta del Diamante, el Bar España, La Ponderosa, Calvillo… Y el Laredo con sus mañanas claras en el mejor mirador que ha tenido Sevilla, sus tardes parisinas de lluvia tras los ventanales y sus noches de café y tabaco negro hasta la madrugada después de ver una película en el Llorens, el Imperial, el Pathè, el San Fernando o el Palacio Central, que cinco cines había en su entorno.

Pero no sólo se trata de los cafés perdidos, también de los que esperan: Comercio, Ochoa, La Campana, El Picadero de Polavieja, Santos de Acetres, San Lorenzo, el Tres de Oros de Santa María la Blanca, el Manolo de la Alfalfa, Los Claveles de Santa Catalina... Hay un ansia comprensible de barra, cañas y caracoles. La mía es de cafés. Escribió George Steiner que Europa es ante todo un café repleto de gentes y de palabras. ¿Cuándo volverá a serlo?

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