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La ciudad y los días

Carlos Colón

La fecunda tristeza de las navidades

Afuerza de oír que las navidades son tristes podemos acabar creyéndolo. Lo son, desde luego, para quienes no creen en Dios pero se sienten obligados o forzados a celebrarlas; porque es imposible esquivar el eco cristiano o profano de estas fiestas. Como el paso de los años va sumando ausencias, a la irritación que a algunos produce la alegría forzada o la fiesta forzosa se suma la tristeza sin consuelo que nace del recuerdo de quienes ya no se sientan a la mesa con nosotros. Dickens -maestro mayor de las emociones navideñas- lo expresó mejor que nadie en su artículo La Navidad conforme pasan los años. Pero con un matiz: como era creyente, suplicaba que el miedo a la tristeza no cerrara la puerta a los muertos; por el contrario, que se les invitara a entrar para celebrar con ellos el nacimiento de Aquel ante el que todos viven.

Es muy humano que para quienes no creen que el Niño cuyo nacimiento se celebra es Dios mismo encarnado, no exista consuelo al recordar a los que sienten haber perdido para siempre. Su situación es la que Kierkegaard describió en Temor y temblor: "Si no existiera una conciencia eterna en el hombre; si un abismo sin fondo, imposible de colmar, se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa podría ser la existencia si no desesperación?". Pero Dios existe, concluía el filósofo, y por ello hay esperanza. La creencia no hace desparecer la tristeza -¿acaso no lloró el Señor las muertes de Lázaro y del Bautista o no temió con angustia la suya?-, porque Dios no es un engaño creado por el miedo ni un sedante. Pero la abre a un horizonte de esperanza y reencuentro. Se anda así bajo el peso de la misma pena que a todos agobia, hasta a punto de desfallecer y caer. Pero se anda sabiendo donde se va. Como hace y enseña el Gran Poder.

¿Acaso no hay quien recuerda estos días la casa familiar de calle Aguiar, con todos los hermanos y los padres sentados en torno a la mesa? ¿No hay quien recuerda las navidades en casa de la abuela de calle Sagunto, en la que aunque hubiera estrecheces nada esencial faltaba porque se tenían los unos a los otros? Pesan las ausencias sobre sus memorias, pero más aún pesan la esperanza y las presencias de sus hijos para celebrar la Navidad con alegría, aunque haya que aprovechar el ir y venir a la cocina para enjugar alguna lágrima que es como un beso a quienes viven, pero ya no están con nosotros. Y si titubearan bajo el peso de las ausencias, si la alegría de ver a sus padres vivir en sus hijos no bastara, la Virgen de las Aguas y la Esperanza les darán las fuerzas que les falten. ¿Tristeza? Sí, pero fecunda.

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