Ni uno solo de los grandes proyectos hoteleros que hay en Sevilla se ha dado la vuelta como consecuencia de la nueva situación creada por la pandemia. Y no son pocos. De hecho, a los que ya estaban en marcha cuando a mediados de marzo el virus paró en seco el turismo en todo el mundo se han unido durante estos meses varios más en lugares tan emblemáticos como la Plaza de San Francisco -otro cinco estrellas para una ciudad donde la oferta de lujo era reducida- o la calle Tetuán. Pero no sólo se mueven los proyectos empresariales. Como informábamos hace unos días en este periódico, los fondos de capital riesgo rastrean el mercado a la búsqueda de gangas hoteleras con las que obtener una buena rentabilidad en el medio plazo, cuando lo más oscuro de la crisis sanitaria haya quedado atrás y el turismo empiece a recuperarse.
Porque esa parece que es la apuesta clara de los que conocen el sector y de los que están dispuestos arriesgar su dinero en él. El turismo volverá a ser un motor económico en las zonas donde ya lo era y la gente, en cuanto les abran las puertas y su propia situación económica se lo permita, volverá a viajar por placer, una de las actividades que más definen el ocio en nuestro tiempo.
Hay incluso algún amigo optimista que piensa que nos va a pasar algo parecido a lo que ocurrió el siglo XX por estas fechas. Después del periodo negro y terrible que supuso la Primera Guerra Mundial se produjo una explosión de alegría y optimismo. La gente salió a divertirse y a gastar en lo que luego se conoció como los felices años veinte, que quedarían dramáticamente cortados con el crac de 1929. ¿Asistiremos a algo parecido después del horror de la pandemia? Apostemos porque habrá un rebote económico cuando la actividad se pueda normalizar. A diferencia de lo que pasó después de la guerra europea, ahora no se han dañado las ciudades, las infraestructuras ni el sistema productivo.
Lo que hay que preguntarse desde Sevilla es si el turismo que vuelva va a ser el mismo que era. Nos habíamos acostumbrado a un tipo de visitante poco exigente, capaz de hacerse una cola de una hora para entrar en el Alcázar o de conformarse con una paella liofilizada en una terraza atestada. Quizás ese turismo de aluvión no vuelva ya nunca y el sector se tenga que adaptar a otros estándares de calidad. Hasta ahora ha valido cualquier cosa y eso será lo que, probablemente ya nunca volveremos a ver.
Si van a volver los felices años veinte, que está por ver, más nos valdrá que nos coja preparados. Hoteles parece que no nos van a faltar. Que tampoco nos falte todo lo demás.
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