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javier / mérida

La felicidad de Mel es hoy menor que la del beticismo

PEPE Mel es un buen entrenador. Más allá de la fortuna que pudiera asistirlo en La Rosaleda, aunque haya que precisar que Adán y Rubén Castro juegan en favor del equipo que los paga, el Betis, el madrileño, pese a algún bandazo extemporáneo, logra ganar partidos en base a un catecismo que en absoluto se parece al que él siempre propugnara e incluso consiguiese que sus futbolistas plasmasen sobre el césped hace unos años.

Hogaño, cada vez que ha intentado dar un paso al frente en pos de un juego más aseado, el resultado le ha devuelto un bofetón y ésos que viven obsesionados con el madrileño han agitado a la turbamulta bética aun a sabiendas de que soliviantaban a la par la psique de quien debe dirigir los intereses del equipo. Algunos cobran por sus críticas y son libres si se sienten en paz con su conciencia. Otros, los del entorno paniaguado que no ha jugado ni a las tabas, debieran al menos recapacitar sobre esa condición de béticos de la que presumen con fruición sólo porque, aún hoy, al que usa corbata y sabe inglés se le discuten pocas cosas.

Mel ha buscado en la alhacena y no ha encontrado la materia prima para el potaje que le gusta saborear. Y quizá su único error haya consistido en intentarlo una y otra vez. Viendo cómo se retrata partido a partido la mayoría de futbolistas casi habría que agradecer al cuerpo técnico que el equipo more en la mitad de la tabla pese a esos paladines del sentir bético que se afilan las uñas ante la próxima visita del Atlético de Madrid a Heliópolis.

El Betis es hoy un quiasmo sin discusión, pero seguro que quien menos orgulloso está de ello es su entrenador. El aficionado ve los 15 puntos y se consuela. A Mel lo engrandece ser capaz de renunciar a su fe futbolística y ganar de otro modo, ya que pocos son capaces de ello. Pero no es feliz. Y cuando sume más, lo volverá a intentar. Le pese a quien le pese. Aunque ayudaría un simple apio para el pote.

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