palabra en el tiempo

Alejandro V. García

La felicidad de la ruina

MARIANO Rajoy está más contento que unas pascuas porque la Unión Europea ha rescatado del infierno a la humillada banca española o, como él dice, porque los socios nos han concedido un préstamo en condiciones preferentes que nos obligará a devolver con sangre y lágrimas 100.000 millones de euros a un interés del 3%. Tan contento estaba el presidente del Gobierno que para celebrarlo se fue al fútbol. Eso de irse al fútbol es lo más comprensivo de su comportamiento. Rajoy, al fin y al cabo, hizo lo mismo que millones de españoles que interrumpieron el duelo del rescate el domingo para instalarse frente al televisor sin cargo de conciencia. Lo raro de Rajoy no fue el fútbol sino la euforia inicial y la posterior.

Imagine el lector a un sujeto que por su mala conducta (y las pésimas influencias de sus antecesores al volante) se rompe el cráneo en un accidente de tráfico vergonzoso. A pesar de las heridas mortales, los médicos del hospital privado le salvan la vida. Una vez repuesto, el tipo se siente en deuda con los médicos. El sujeto convoca a su familia y a todos sus amigos y proclama con rostro ruinosamente feliz (suturas, vendas, ignominia) que está tremendamente agradecido al accidente y a las circunstancias que contribuyeron a que saliera de la vía y se incrustara contra un árbol, que está feliz del derrape porque gracias a ese cúmulo de aciagas circunstancias los médicos han tenido la oportunidad de salvarle la vida con una pericia fuera de lo común. Tan contento está que para celebrarlo coge otro automóvil y se va al fútbol a cantar los goles de su equipo.

¿Qué celebró la ambigua felicidad de Rajoy, la ruina de la banca española o el rescate que la ha salvado? ¿Su impericia y la de los gobernantes anteriores al volante del país o el préstamo de emergencia para estados desahuciados? Se podrá alegar que Rajoy celebraba no la calamidad sino el hecho vergonzante de haberla superado, pero ¿se pueden celebrar tales concatenaciones por separado aunque el resultado sea (relativamente) feliz? ¿Se puede brindar por el préstamo sin brindar también por el oprobio del hundimiento? Yo creo que no. No se puede porque, por muy solidariamente que Europa haya prestado su apoyo a España, al país le quedarán graves secuelas que seguramente lo condenarán para siempre a la fila de los torpes, a los de baja velocidad. Además el país correrá un inevitable riesgo de recaída ahora sí mortal. Y sobre todo no se puede celebrar como un triunfo porque la factura del rescate la va a pagar no sólo la banca sino el resto de perplejos españoles que ya esperan desde el sábado las nuevas vueltas de tuerca del ajuste, ahora bajo la mirada aún más atenta de nuestros inquisidores prestamistas.

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