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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Yo para ser feliz quiero un camión

Los camiones son barcos de secano que alguna vez han ido bajo el mar

En el escudo de España debería figurar un camión como antídoto heráldico contra la España invertebrada de la que hablaba Ortega. Yo para ser feliz quiero un camión, cantaba Loquillo. De niños, en la festividad de San Cristóbal, patrono de los transportistas, nos subíamos a un camión que nos daba vueltas por el pueblo como un equipo que volviera de conquistar la Champions en Wembley. Cuando era muy pequeño, mi hijo se quedó absorto ante una mole con ruedas. Un tiempo en que su medida de las cosas era la de los dinosaurios. Era un camión de Alcoy que a duras penas cabía en el carril de la Alameda de Hércules. Durante años, todos los vehículos de ese formato eran para mi hijo camiones de Alcoy. Los camiones son barcos de secano que alguna vez han ido bajo el mar. En puertas de la Expo, iba con un fotógrafo a hacer un reportaje en Badolatosa, en la ruta de los jornaleros y del Tempranillo. Nos cruzamos con un trailer gigantesco que llevaba en su lomo el submarino de Isaac Peral que se exhibiría junto al jardín botánico en el pabellón de Murcia.

En estas dos últimas semanas hemos vivido un pulso entre el Gobierno y los camioneros. Es indignante el chantaje y la coacción como medios de negociación, pero entiendo que el hartazgo y trabajar a pérdidas tienen un límite. El Gobierno y su ministra de Transportes tenían muchos remilgos para sentarse con los convocantes de ese paro sobre ruedas. Un Ejecutivo que pactó una filfa contra la reforma laboral de Rajoy con los fedatarios políticos de ETA; que abrió una mesa de diálogo con los independentistas que desbarataron las diferentes pandemias (la sanitaria, la bélica, la energética); que tiene como socios de Gobierno a unos tipos y tipas que reniegan de la esencia y de la historia del país al que representan y que tan generosamente recompensa sus servicios. En fin, un Gobierno aliado con quienes quieren romper España echándole un pulso a un colectivo que trabaja por unirla y vertebrarla.

Mucho antes de que los utópicos y los burócratas creyeran en la idea de Europa, ese continente de sentimientos ahormado por las legiones romanas ya era recorrido por esos camioneros que lejos de sus familias llevaban nuestros productos a los confines más lejanos y traían a nuestros mercados las materias primas de las que carecíamos. Los camioneros que atraviesan Pajares y Despeñaperros fueron los primeros que rompieron las barreras que alimentan los prejuicios. En Guarromán o en Peñaranda de Bracamonte, en Ginzo de Limia o en Tamarite de Litera nos dejaron señales de los mejores lugares para el condumio en una lección cotidiana de geografía.

España tiene dos tipos de embajadores: los que salen de la Escuela Diplomática y estos camioneros a los que demonizó una película de Spielberg que deben poner todos los días en el cine-fórum de la Moncloa. El diablo sobre ruedas. Representan la España vertebrada que globaliza las fresas de Huelva y los pepinos de Almería. Entre dos mares, ellos son los marineros en tierra del poema de Alberti.

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