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PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Uno felizmente recobrado y otro lastimosamente perdido

EL Pabellón de la Navegación sale del dique seco. Cuando nos acercamos al vigésimo aniversario de la madre que lo parió, la Expo'92, el sensacional edificio expositivo de Guillermo Vázquez Consuegra va a estar al fin abierto de modo permanente. Nuevos y espectaculares contenidos, pensados expresamente para su interior, con una propuesta muy sugestiva para envolver al visitante en un mar de sensaciones, lo catapultan al grupo de cabeza de los lugares que sevillanos y turistas deben conocer y disfrutar. Desde su reapertura, antes de las fechas navideñas, también se pondrá de relieve que el sector de las empresas de eventos lo va a tener muy en cuenta para organizar allí convenciones. Por su ubicación cercana al centro y al parque empresarial de Cartuja; por sus dimensiones, por la perspectiva muy atractiva que ofrece a la vera del río, y aún más subiendo al mirador de la Torre Schindler, desde el que se divisa el centro de Sevilla en toda su dimensión.

El alborozo por el pabellón recobrado, del que todos los sevillanos con memoria histórica de la Expo'92 deberían hacer gala como ejemplo de la buena Sevilla moderna, coincide con otra apertura de la que avergonzarse en Sevilla... y alegrarse en La Coruña. En la mayor ciudad gallega se pone en marcha la sede central del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología. La finalidad que iba a tener el Pabellón de los Descubrimientos. Un edificio señero de la Muestra Universal, que era perfectamente recuperable pese al incendio que sufrió parte de su estructura en febrero de 1992. Tan es así que el Gobierno de la nación y el Ayuntamiento de Sevilla crearon una fundación para gestionar, con posterioridad a la Expo, la transición hacia su puesta en marcha como museo nacional, disponiendo de la multitud de fondos guardados en cajas en Madrid a la espera de un lugar donde ser exhibidos.

Llegó la recesión de 1993, Sevilla dejó de ser una prioridad a ojos de Madrid y el Ayuntamiento encabezado por Rojas-Marcos y Becerril no supo convertir ese acuerdo en bandera reivindicativa para aprovechar semejante activo de la Expo que nadie puso visitar y convertirlo en un símbolo de la ciudad que renacía de las cenizas de la crisis. Por medio se coló el proyecto de Prado y Colón de Carvajal para convertir parte de la Expo en un parque temático. Y cuando se abandonó todo el eje de edificios construidos por el Estado cerca del río, para concentrarse solamente alrededor del lago, la ciudad no sólo perdió el primer Omnimax de España, sino que dejó ir lo que tenía concedido: un museo nacional de ciencia y tecnología.

En La Coruña, cuando ustedes vayan a esa hermosa ciudad, podrán ver en ese museo ejemplos muy atractivos de esa temática. Como la Quimera, una máquina enorme, mezcla de tractor, camión y tren, que se utilizaba en las azucareras malagueñas a mediados del siglo XIX. Y el primer coche fabricado en serie en Europa, un Citroën de los años 20. Y el primer ordenador que llegó a España (solo tenía 1 KB de memoria). Y el primer acelerador de partículas que se montó en nuestro país. Y entrarán en el morro y en la cabina de un Jumbo (Boeing 747), curiosamente el avión que trajo a España el Guernica de Picasso.

Sevilla no supo aprovechar después de la Expo'92 la ola de interés ciudadano por el turismo didáctico y por el conocimiento a través de una museografía interactiva, que en los años 90 iba en auge en España. Con Navegación y Descubrimientos a pleno rendimiento, hubiera aumentado el promedio de pernoctaciones hoteleras en Sevilla. Y nos hubiéramos ahorrado la construcción del rascacielos. Al menos en ese emplazamiento.

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