Rafael Utrera Macías

La filmografía del productor Juan Lebrón: precio y valor

DICE Antonio Machado en su libro Juan de Mairena que "todo necio confunde valor y precio". La aseveración del poeta sevillano no especifica a qué elemento o materia es aplicable ese valor ni tampoco qué objeto es valorado según su precio (de venta al público, diría hoy cualquier etiqueta con iva incluido). El adjetivo descalificador, necio, reduce a cualquier persona a su equivalente significación: "ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber", según dictamina el Diccionario de la Real Academia.

Las obras de arte son algunos de los objetos materiales donde los dos sustantivos funcionan paralelamente o, por el contrario, entran habitualmente en conflicto. Por poner un ejemplo, ¿dónde empieza y acaba el valor y el precio de un Picasso, de un Goya, de un Dalí? Sus valores pictóricos han alcanzado un reconocimiento donde valor y precio se aproximan. Pero, ¿se diría lo mismo de un lienzo cuyo autor es escasamente conocido y popularmente ignorado del cual los expertos declaran maravillas y justifican su excelencia artística?

Pasemos al mundo del cine; por mejor decir, al mundo artístico del cine. ¿Cuánto vale hoy una película clásica, una película moderna, una película vanguardista, una película técnicamente perfecta, una película temáticamente espléndida, una película...? Un factor objetivo sería apuntar a cuánto ha costado filmarla, al conjunto de cantidades que el productor utilizó para poder exhibirla en una pantalla, grande o pequeña. Algunos índices filmográficos apuntan tales cuantificaciones; de la misma manera que, en aquellos países donde el Estado contribuye a la financiación del film, es imprescindible justificar tales gastos.

Sigo preguntándome la misma cuestión cuando me deleito con la filmografía del productor Juan Lebrón y, al tiempo, me pongo en guardia para evitarme a mí mismo el dicho machadiano.

Ante Semana Santa me interrogo: ¿Cuánto ha costado producir / filmar las escenas nocturnas de esta y aquella procesión?¿Cuánto ha costado producir / filmar un tallado de esculturas, un preciso detalle de canastilla?¿Cuánto ha costado producir / filmar la subida de La Macarena por Relator?

Y ante Sevillanas me digo: ¿Cuánto ha costado producir / filmar las sevillanas bailadas en solitario por Lola Flores? ¿Cuánto ha costado producir / filmar el cante de Camarón junto a la guitarra de Tomatito? ¿Cuánto ha costado producir / filmar el baile de Matilde Coral, acompañado por Rafael el Negro y por la música de Pareja Obregón? ¿Cuánto ha costado producir / filmar a Rocío Jurado preguntando "¿De dónde somos?. ¿Adónde vamos?", para seguir cantando Viva Sevilla o La tiré al pozo.

Luego, ante Flamenco me pregunto: ¿Cuánto ha costado producir / filmar los fandangos de Huelva cantados por Paco Toronjo?¿Cuánto ha costado producir / filmar el cante por bulerías de La Paquera de Jerez? ¿Cuánto ha costado producir / filmar la petenera de José Menese?¿Cuánto ha costado producir / filmar los villancicos de La Macanita?

Y frente a la pantalla donde surge Andalucía es de cine, esa "enciclopedia geográfica audiovisual", primera en nuestra comunidad, ante esa villa ducal tantas veces visitada o ante ese pequeño pueblo donde nunca estuve, ignorado hasta que la imagen cinematográfica lo plasmó en su arquitectura, paisaje y paisanaje rural, me cuestiono: ¿Cuánto ha costado producir / filmar esos maravillosos planos aéreos que ofrecen al vecindario lo que nunca habían visto de su propia plaza, de su propia casa, de su propia iglesia?

¿Cuánto ha costado producir / filmar ese preciso y precioso montaje donde los planos se alternan, se contrastan, se envuelven, para ofrecer un espacio que sólo el cine puede ofrecer?

Esta letanía de preguntas podría ser contestada por el productor tirando de facturas, haciendo sumas, formulando el Total de su ejemplar producción, de sus ejemplares producciones, perfeccionadas una y mil veces.

Desde ese momento sabríamos el precio de cada título o de todos los títulos en su conjunto. Parafraseando a Don Juan, el personaje racionalista de Moliére, sabremos que "dos y dos son cuatro". Según este procedimiento, el precio de una película es igual a lo gastado por el productor en ella. Otro escritor, ahora contemporáneo, José Saramago, en su último título publicado, Caín, escribe el siguiente fragmento: "Si hubiese salido a pasear llevándose el burro, el problema económico estaría resuelto, ya que un animal como el suyo valía su peso en oro, como cualquier comprador admitiría".

El pragmatismo del personaje bíblico -o del autor del texto- no duda en equiparar peso del animal a su peso en oro. La simbología del párrafo es dudosamente transferible a cuanto un comprador designaría pero no ofrece ninguna duda en que a la materialidad del dinero habría que añadirle el peso artístico de la producción, valor que, desde el momento del estreno, no ha hecho más que acrecentarse; en efecto, el repertorio de interrogaciones antes recitado tendría una pluralidad de respuestas que, más allá del precio establecido, se situarían en la valoración artística, estética, histórica, de cada uno de los títulos antes mencionados.

El precio de las sevillanas mencionadas, de los planos flamencos citados, de los pasos sevillanos recordados, de las panorámicas aéreas visualizadas, auténticas piezas de museo, valen, y no es ninguna metáfora, "su peso en oro, como cualquier comprador admitiría".

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