VAMOS de un lado a otro, con el pendulazo en plan motor de nuestras vidas y ahora resulta que se cuestiona la fórmula de los éxitos tras las derrotas en la Copa Confederaciones y en el Mundial sub 20. Explicados hasta la extenuación los entresijos del abultado 3-0 en Maracaná, lo del sábado en el Ataturk ha colmado el vaso de la intransigencia, que un cero a uno ante Uruguay no parece motivo para la fiebre de pesimismo que ha surgido.

Se llega a cuestionar el fútbol de toque y hasta se tuerce por un juego más directo. Una derrota más y nos acordamos del grito de Belauste en Amberes: "Sabino, a mí el pelotón que los arrollo". Y lo cierto es que estos veinteañeros llegaron a cuartos para caer ahí ante una Uruguay que fue un fiel reflejo de lo que significó siempre el fútbol charrúa. Las estrellas del equipo no tuvieron su día, particularmente Deulofeu y Jesé, y eso suele pasarle factura a cualquier equipo.

No es de recibo tamaño pendulazo en los análisis. Este cambio en la opinión más parece propio de parroquianos en la barra del bar que de creadores de opinión. Seguro estoy de que si en vez de marcar Uruguay en una de las pocas veces que llegó a la portería roja es uno de los nuestros el que acierta, nadie hubiera cuestionado esa filosofía de fútbol. Es más, creo que la causa principal de esa derrota estuvo en que los fundamentos que tantos éxitos trajeron, esa tarde no asistieron a clase.

Sí quiero resaltar una lectura sacada de ese Mundial sub 20 y es que en el equipo español primó el individuo sobre el colectivo. Con una defensa regularcilla y muy vulnerable a pelota parada, los triunfos fueron llegando gracias a los chispazos de las estrellas. Deulofeu, Jesé, Óliver, Saúl o el sentido depredador de Paco Alcácer fueron los determinantes para llegar hasta cuartos, por lo que cuestionar el tiquitaca me parece tan improcedente que no se compadece con lo visto.