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Carlos Colón

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El final del 'affaire' y de una cultura

Greene puede encontrar jóvenes lectores gracias a la excelente traducción de Jordá de 'El final del affaire'

Elamigo y compañero de páginas Eduardo Jordá ha traducido con su habitual finura El final del affaire de Graham Greene para Libros del Asteroide. Espero que encuentre nuevos lectores jóvenes que descubran a este gran autor. No es fácil que alguien con menos de 40 años se haga una idea de la popularidad y el prestigio de Graham Greene entre los años 30 y los 80 o los 90. Desde que en 1932 alcanzó el éxito con su tercera novela, El tren de Estambul, hasta su último best-seller, El factor humano, en 1978. Y desde que en 1934 Paul Martin dirigió la primera adaptación de una novela suya (Orient Express) hasta que, 83 películas después y con El tercer hombre (1949) como cumbre, Neil Jordan dirigió esta El fin del romance en 1999.

Me gustan estos escritores capaces de seducir a todo el mundo, desde quien sólo busca entretenimiento en novelas de espías a los críticos más exigentes. Greene era así. Y además era uno de los grandes escritores católicos -aunque a él no le gustaba que lo definieran así- que protagonizaron lo que tal vez fue el último momento de brillo creativo, éxito e influencia social de la intelectualidad y creatividad artística de inspiración cristiana. Eran los años de Waugh, Lewis, Bernanos, Mauriac, Cesbron, Merton, Greene o Van der Meersch en la literatura y de Bergman, Dreyer, Bresson, Rosselini o Pasolini en el cine.

¿Fue un último brillo en lo que a calidades, reconocimiento e influencia social se refiere? Por decirlo en cine, tal vez el medio artístico más ajeno a lo religioso: los 50 y los 60 fueron las décadas de Diario de un cura rural, Francisco juglar de Dios, Ordet, El séptimo sello o El Evangelio según San Mateo, la mejor película sobre Cristo rodada en los 125 años de existencia el cine. En los últimos años obras maestras como El molino y la cruz (Majewski, 2011) han pasado desapercibidas pese a ser premiadas o han provocado sonoras broncas en los cines palomiteros, como sucedió con El árbol de la vida (Malick, 2011). Y extraordinarias películas como El gran silencio (Groning, 2005) o De dioses y hombres (Beauvois, 2010) han tenido el público justito. Lo sagrado exige explorar los límites de la imagen llevándola a unos extremos que el público actual, a diferencia del de los años 50 y 60, no tolera. No sabe leerlo al carecer de las referencias culturales para interpretarlo. Y sobre todo, y esto es lo peor, no le interesa.

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