Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Que hablen los otros, qué error
Parece un frío antiguo. De sabañones. De vasos de café de puchero cogidos con las dos manos para calentarlas. De reuniones en los mercados en torno a hogueras hechas en bidones. De casas de poco sol, mucha humedad y ninguna calefacción fuera de la copa de cisco picón, en las que un frío viscoso se metía hasta los huesos, criaba verdinas, reblandecía el pan, apelmazaba el azúcar y helaba los cuerpos al ponerse la ropa, que parecía mojada, por las mañanas. De bolsas de caucho de agua caliente. De orinales para no helarse yendo al cuarto de baño que no siempre estaba dentro de la casa. De motoristas con pasamontañas, cazadora y guantes de cuero gastado, grueso jersey de cuello alto y bufanda cubriéndoles hasta los ojos. De camillas con guitas cruzadas por dentro para secar calcetines y bragas. De negras toquillas de lana y babuchas de paño como único abrigo para salir a la calle. De pelotazo de aguardiente, brandy, carajillos o sol y sombra en los bares pobres con aire de taberna, serrín y lisos azulejos verdes. De puestos callejeros de aguardiente y coñac peleón. De cartucho de dos reales de calentitos apretado entre las manos. De hambres de Carpanta. De quienes iban a las vías del tren para coger el carbón que se caía de los vagones. De tranvías con los cristales empañados y olor a humanidad y ropas húmedas. De transeúntes sin abrigo ni sombrero, la chaqueta de mal paño gastado por el uso abotonada hasta arriba, las solapas vueltas y cerradas, el cuello subido, las manos en los bolsillos y la cara agachada buscando el calor. De páginas de periódicos bajo las camisetas, cuando las había, o de las camisas. Era un frío exterior e interior que helaba por fuera y por dentro, del que era difícil liberarse porque a la meteorología se sumaban las carencias de la época.
Afortunadamente eso quedó hace tiempo atrás. Pero no para todos. Y en condiciones aún peores. Unas 320 personas sin hogar de las 700 que según fuentes municipales hay en nuestra ciudad duermen en la calle estos días. Los centros de acogida municipales y de entidades mayoritariamente religiosas no dan abasto. Y hay quienes por distintas razones rechazan ser acogidos en ellos. Se les ve estos días, temprano, con la temperatura por debajo de los ocho grados, apenas asomando el pelo bajo un revoltijo de mantas. Para ellos –aún con menos que los más modestos de entonces– no han pasado aquellos días de frío antiguo.
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