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El fulgor de una visita

La ciudad sigue contando como triunfos incontestables lo que realmente son buenas intenciones

Contrastaba el optimismo que acompaña últimamente al alcalde de la ciudad (¡qué manera de aplaudir las vivencias cofradieras de la periodista Charo Padilla en su pregón!) con las opiniones de dos profesionales entrevistados en este periódico ese mismo domingo: uno, decano de los abogados, acogiendo sin demasiado entusiasmo las nuevas novedades en relación con la Ciudad de la Justicia, que no parece tenga una solución pronta que contente a todos; el otro, ingeniero con amplia experiencia en obra pública, señalando la falta de liderazgo de la ciudad en proyectos importantes que no terminan de ver la luz, como la terminación de la red de metro o el dragado del río.

El Metro es de largo la mejor inversión que puede tener la ciudad, por muchas razones: su eficiencia en el servicio de transporte es incomparable respecto a otros medios, la conexión de la ciudad desde una punta a otra en muy poco tiempo, la descongestión del tráfico rodado y los beneficios medioambientales que ello reporta, la potenciación de la zona metropolitana como marco generador de riqueza… Hay ciudades con menos población que la nuestra que cuentan con su red de Metro desde hace años, pero aquí no hay forma de rematarlo. Se me dirá que la solución no depende de uno solo, que hay que poner a muchas administraciones de acuerdo, o que la crisis se llevó por delante las pocas opciones presupuestarias que había. Lo cierto es que, por una cosa o por otra, desde la fiesta de la Expo la única obra civil de envergadura se reduce a una sola línea inaugurada hace casi diez años.

Mientras llegan nuestros días más grandes, la ciudad sigue contando como triunfos incontestables lo que realmente son buenas intenciones en orden a promocionar su presencia en el marco turístico internacional. Ha sido el caso de la visita de Mr. Obama a Sevilla, brillante colofón a la celebración de la Cumbre Mundial del Turismo, y que ha sido tratado con la alegría desenfadada de quien atiende a un visitante en la Feria. Los elogios encendidos del prócer hacia la ciudad pagados a buen precio tienen, en este sentido, el fulgor del rastro de las estrellas, pero se apaga bien rápido nada más el fenómeno pone un pie en las escalerillas del avión. Y ya después todo vuelve a la discreta normalidad del día a día, esa misma de la que volverán a tratar los diarios con su pesada carga de proyectos inalcanzables.

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