Azul Klein

Charo Ramos

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Las gafas de Murillo

El pintor ilustra en el Prado los encuentros y parecidos entre la pintura española y holandesa del XVII

La exposición Velázquez, Rembrandt, Vermeer. Miradas afines encara sus últimas semanas en el Prado y ni siquiera las entradas con asignación horaria libran al visitante de unas salas aglomeradas donde varias personas se agolpan ante la misma obra maestra, como el Autorretrato de Carel Fabritius. A primera vista, este estudio comparativo del arte español y holandés del siglo XVII asombra por las similitudes entre los genios de ambas naciones, contrapuestas tradicionalmente por la historiografía debido a la Guerra de los 80 años que condujo finalmente a la independencia de los Países Bajos. Esa es la tesis que subraya el comisario Alejandro Vergara y no se le puede discutir dada la proliferación de cuellos de lechuguilla y jubones negros que comparten los retratos españoles y holandeses al cruzar el umbral.

La muestra ilustra cómo cuadros realizados en fechas próximas por artistas que no llegaron a conocerse comparten colores, atmósferas, materia pictórica o una discreta simetría, como ocurre con las serenas vistas urbanas que la cierran: la de la Villa Medici en Roma de Velázquez y la callejuela de Delft pintada por Vermeer, la pieza más enigmática y contemporánea del conjunto.

Al visitante sevillano le emocionará comprobar lo bien que representa Murillo a su ciudad en esta primera división de la pintura europea. De él se reúnen tres cuadros, ninguno de ellos exponente de su conocida producción religiosa, que revelan lo bien informado que estaba el artista y el papel de Sevilla en el comercio colonial y en el intercambio de ideas. El retrato de su amigo Nicolás Omazur, con su referencia a la vanitas barroca, y El joven gallero que con su sonrisa insolente y la pluma que le adorna la cabeza recuerda lo habituales que eran las peleas de gallos en la Sevilla que sobrevivió a la peste, se complementan con la inquietante reunión de pícaros Cuatro figuras en un escalón. Recordarán este cuadro del Kimbell Art Museum de Texas por la alcahueta con gafas negras que mira al espectador ya que fue uno de los hitos de la excelente antológica Murillo. IV Centenario del Bellas Artes. Este Murillo costumbrista, que dialoga aquí con las escenas mordaces de Frans Hals, maravilló a la colonia de comerciantes extranjeros instalados en Sevilla y confirmó que, sin viajar a Italia ni a Flandes, el pintor había absorbido la luz de Venecia y Roma y los modelos compositivos de las escuelas del Norte. Al abandonar la muestra se puede adquirir la segunda edición del libro de Benito Navarrete Murillo y las metáforas de la imagen, que para Jonathan Brown es "la mejor monografía sobre el artista que se ha escrito en mucho tiempo". Hay que reconocer que se disfruta mejor esta exposición del Prado tras haber visto en Sevilla las que nos brindó el Año Murillo. Quizá no hacemos las cosas tan mal.

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