La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El encanto de un bazar de toda la vida
Estaban los árboles como pintados, como objetos inanimados, y ellos reflejaban fielmente cómo venía la madrugada de San Lorenzo. Siempre tuvo este día el sello de la calor insufrible, de ser cuando los mercurios más vuelan en pos de lo insoportable. La Gavidia inanimada así que las manecillas del reloj del tiempo iban a la caza y captura de este día con fama tan bien ganada. Y allí, a los pies enormes de Daoiz, se iba el tiempo sin sentir. Estábamos acercándonos a la alta madrugada y aún quedaba gente combatiendo ese problema de la barrera del insomnio que en los días señalaítos de la canícula se hace problemón ineludible. Y fluía la conversación, y los árboles seguían inertes, y la Gavidia continuaba con su mejor cara para la convivencia mientras la noche iba tomando aspecto de parrilla de San Lorenzo.
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