TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

La gente de Smiley

Si el invasor hubiera sido EEUU asistiríamos a la quema de banderas y manifestaciones

El sentido del pacifismo de esta izquierda es en una sola dirección; como su sentido de la crítica, del humor o del agravio. Y les lleva a prejuzgar a los países, lo cual es una extrapolación moralmente reprobable, porque si no hay dos personas iguales imaginen la suma de personas que componen un país. Si el país invasor hubiera sido Estados Unidos en lugar de Rusia no contemplaríamos las horrorosas imágenes de la diáspora ucraniana con ese senequismo televisivo, con una solidaridad de Ustedes son formidables. Habríamos asistido a la quema de banderas, a las concentraciones ante embajadas, a la presión ante la sede de determinados partidos políticos. Pero un día después del 8-M no recuerdo una sola vindicación feminista por el genocidio contra las mujeres de Ucrania; tampoco he oído que los sindicatos hayan movido un dedo ni una pancarta por la conculcación de los derechos de los trabajadores ucranianos, aplastados por ese escarnio criminal llamado dictadura del proletariado. El ministro Marlaska se habría quedado sin efectivos ante la serpiente humana que rodearía la Embajada de los Estados Unidos. El encargado le habría dicho lo que cuentan que el embajador de Inglaterra en España, Samuel Hoare, comentó a Serrano Súñer en junio de 1941: no me manden más policías, mándenme mejor menos estudiantes.

Vladimir Putin midió los tiempos. Esperó a que muriera John le Carré para romper los puentes de Smiley con Karla ("Reglas de Moscú, pensó Smiley por enésima vez", escribe en una de sus mejores novelas); Putin aguardó a que ya no estuviera Angela Merkel como líder política de Alemania y último referente moral del gallinero europeo; se aprovechó de las fisuras y debilidades del subcontinente. Con la paradoja de que los denostados polacos, estigmatizados como despojos ideológicos, están dándole al mundo una lección de generosidad.

Esa izquierda ultramontana todavía está enganchada a la marsupia del canguro ruso, de la Santa Rusia de aquellos poemas delirantes. Hitler y Mussolini apoyaron a Franco en la guerra, es verdad, pero la Rusia de Stalin fue el gran valedor, el paraguas de la República, para escándalo de los republicanos liberales, conservadores, razonables, socialistas tipo Besteiro que como cuenta Chaves Nogales sabían que cualquiera de las dos Españas del poema de Machado acabaría con ellos.

Rusia tiene en su ADN el afán imperialista y de expansión. En 1956 invadió Hungría provocando la primera escisión en las filas del comunismo, cuando Carrillo, el sucesor de Pasionaria, propuso el plan de Reconciliación el mismo año que Franco boicoteó los Juegos Olímpicos de Melbourne. Los tanques rusos en Praga precipitaron el mayo francés. Sólo Japón (en una década, venció a dos gigantes: China y Rusia, David redivivo contra Goliat) y Franco fueron capaces de derrotarla. En este caso, a su franquicia. Ese paraíso fallido sigue en el subconsciente de esta izquierda colonizada por el materialismo dialéctico domesticado en prebendas y poltronas.

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