¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La gesta

Lo mínimo que les debemos a los hombres de Elcano es comprensión histórica. Ya se encargarán otros de maldecirlos

No hacen falta muchas excusas para visitar el Archivo de Indias. Merece la pena aunque sólo sea para subir por la escalera de Lucas Cintora, respirar la caoba de sus anaqueles neoclásicos y contemplar la dorada luz de sus bóvedas de casetones. La antigua Casa Lonja tiene algo del Escorial y algo de Aranjuez, la mixtura perfecta entre los Habsburgo y los Borbones. El contenido esplendor de su fábrica y la serenidad de sus galerías nos reconcilian, además, con la historia del Estado español -evolución biológica de la Monarquía Hispánica-, cuyas luces han sido sistemáticamente ocultadas. Los españoles hemos conocido nuestra historia como los cavernícolas de Platón, observando unas sombras chinescas que eran manipuladas por aquellos cuyos intereses y novelerías pasaban por reducir nuestro pasado a una turbidez de odio, avaricia y exotismo.

Entre las burdas nostalgias imperiales del franquismo más caricaturesco y la acción disolvente de cierta izquierda intelectual que ha servido de altavoz de la leyenda negra, la democracia española -esa que nació en 1978 pese a los berrinches del ínclito Amenábar- ha ido encontrando el punto medio en el que, como indica la sabiduría popular, se encuentra la virtud. Ya no se trata, como afirmaban los santones regeneracionistas, de candar el sepulcro del Cid, sino de extraer de éste unas enseñanzas históricas complejas en las que nos topamos con las grandezas y miserias de nuestro rostro colectivo.

No hacen falta excusas para visitar el Archivo de Indias, decíamos, pero estos días, además, tenemos el aliciente de la exposición El viaje más largo: la primera vuelta al mundo, montada con motivo del V Centenario de la circunnavegación de Magallanes-Elcano, una gesta que se nos cuenta con rigor y amenidad, sin rehuir sus capítulos más negros y violentos (desde las ejecuciones por sodomía hasta el abandono de los díscolos en islotes), pero sin perder de vista la grandeza de una epopeya que seguirá generando admiración mientras el hombre habite sobre la tierra. Es la mirada de una España rigurosa y desacomplejada con su pasado, la que nunca más debemos perder.

En Sapiens, Y. N. Harari afirma que el feliz hombre contemporáneo jamás comprenderá la brutal alegría que sentía una tribu primitiva tras la caza de un mamut. Tampoco, y eso lo decimos nosotros, el alma de aquellos que se adentraron en mares desconocidos tras las especias y los áureos mitos antiguos. Muchos de ellos fueron españoles y andaluces, vivieron en nuestros barrios y respiraron nuestros cielos. Les debemos, como mínimo, comprensión histórica. Ya se encargarán otros de maldecirlos.

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