Acción de gracias

Nuestros gestos

Isadora Duncan creía que la danza no pertenecía a nadie, que cada uno debe encontrar sus gestos

En Les enfants d'Isadora, una película dirigida por el bailarín y cineasta Damien Manivel, varias mujeres interpretan Mother, la desoladora y bella coreografía que Isadora Duncan creó para abordar el dolor por la muerte de sus hijos, que se ahogaron tras caer el coche en que viajaban al río Sena. Emociona ver en los movimientos de esas mujeres -y en sus cuerpos diferentes: una joven pálida y delicada, una adolescente con síndrome de Down, una anciana obesa-la devastación de la ausencia. Sus manos dirigen una caricia imposible a esos niños, se alzan para despedirse de ellos, y el espectador imagina que en esa recreación no sólo arrastran la tristeza de Isadora, que también pretenden sanar sus propias heridas. Están llevando a la práctica una idea que reivindicaba la propia Duncan: que el baile es un lenguaje que nos concierne a todos, no importa la formación que se tenga en la materia ni la fisonomía de cada uno. Se lo cuenta una profesora a su alumna en la película: que Isadora, en parte para superar el duelo tras su terrible drama personal, quiso abrir una escuela, un proyecto que se frustró al estallar la guerra. "Ella creía que la danza no pertenece a nadie", apunta esa maestra. "Que cada uno debe encontrar sus gestos".

Aquella teoría me sacudió, quizás porque ponía en palabras algo que siempre había querido. Admirado tantas veces por la belleza de los bailarines, por la armonía de sus cuerpos, la elegancia o fiereza de sus pasos, los contemplaba como seres privilegiados capaces de comunicarse con los dioses, de invocar con su despliegue físico un misterio al que sólo tienen acceso unos cuantos. Lo escribí sobre Mary Wigman, pero lo podré suscribir en próximos espectáculos como el que Nieves Rosales trae al Fest, Anne Teresa de Keersmaeker lleva al Central y los amigos de Dos Proposiciones interpretarán en el Lope de Vega: "Todo el que danza / se vuelve sacerdote / o quizás guerrillero: / esculpe en el vacío / una talla sagrada / o lanza una pregunta. / Es cuerpo, es sólo cuerpo / y sin embargo espíritu".

Espero con ilusión esas propuestas, que vienen de la mano de profesionales que nos han deparado momentos maravillosos, pero saldré del teatro esperanzado con que los del público albergamos igualmente ese fuego, que el movimiento no se acaba ahí, como tantas veces defendió el Mes de Danza con sus talleres de Ahora bailo yo o como sostuvo Alberto Cortés en una obra en la que reclutaba a espectadores. Por complejos, por timidez, los torpes hemos castrado una vía de expresión que también nos revela y nos completa. Cambiemos eso. En la soledad, o ya en grupo, cuando la pandemia lo permita, busquemos nuestros gestos. Hablemos con los dioses. Salgamos a bailar.

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