Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Me gime

TELECINCO es Telecinco y Risto, su último profeta. El malencarado de ojos ahumados debutó en Antena 3 tras foguearse unos años en despachos de luciérnagas y oscuridades burócratas. Estaba destinado, desde que era chiquetito, a ser el tuétano de la cadena de Mediaset, el fin de su historia. G 20 es la apoteosis de un concepto de televisión y la versión pretenciosa de Sé lo que hicisteis. Esa tribuna diaria para despotricar contra propios y extraños, amigos y enemigos, culpable e inocentes que pasaban por allí, es una representación teatral del más rastrero patio de vecinos.

Risto, buen articulista y prometedor escritor, que ya gira como satélite en torno a Planetas cercanos, se sobrepasa a sí mismo en el reparto nocturnos de tortas con aceite italiano y el menú comienza a hastiar por simple reiteración.

Telecinco, novio chulesco de Sogecable, empresa a la que seduce como un altivo galán lombardo en medio de una hambruna (la publicitaria), cuenta en Risto con el pináculo de su filosofía, su concentrada dosis de Belén, que en menos de dos meses comienza a agotarse por su simpleza y ausencia de expansiones.

Risto es el perfecto secundario, el soporte, la guarnición agria que necesitaban un formato empalagoso como OT. Entre niñatos de gallos y jurados paternalistas, las gafas de desprecio sobresalía. Pero de ahí a convertirse en una estrella sulfúrica, en el púlpito de pantallas, con una feligresía sonriente y pipiola, es un abuso combustible de protagonismo, y que pagará a medio plazo con la indiferencia. Detrás de aquellas gafas asesinas de OT sólo hay un tahúr de los desdenes. Mejide, que quiere servir de ejemplo de algo, confunde la necesaria sinceridad con la caricatura de la compostura.

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