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Crónica personal

Pilar Cernuda

La gloria

QUE sí, que falta la final y que Holanda es dura de roer, pero que no nos quite nadie esas dos horas de gloria, que nadie empañe la emoción del triunfo, que no vengan los agoreros a enturbiar la buena noticia, magnífica noticia, cuando tan escasos andamos de alegrías que echarnos al cuerpo.

Que nos dejen estos cuatro días de euforia, de disfrutar de ser españoles, de entusiasmarnos con el espectáculo de las calles atiborradas de banderas, de himnos, de vivas, de personas que vibran cuando pronuncian un nombre, España, que generalmente no sale de su boca. Que nos dejen disfrutar de noticias que son para disfrutar, como por ejemplo que en Cataluña y el País Vasco las audiencias de televisión han sido impresionantes, que en muchas viviendas catalanas han puesto por primera vez banderas españolas en los balcones, que los chinos se están haciendo de oro vendiendo banderas rojigualdas por un euro, y la chavalería se ha puesto a cantar el viva España con el mismo sentimiento con que corean los nombres de Villa, Casillas, Puyol, Pedrito y hasta Vicente del Bosque, un ejemplo de serenidad cuando le cayeron chuzos de punta tras la derrota ante Suiza.

Incluso los que no sentimos nada especial ante un buen partido porque no entendemos de fútbol, seguimos el Mundial como si nos fuera la vida. La Reina apareció vestida de rojo y amarillo como nunca antes lo había hecho, y decidió además no cumplir la norma no escrita, pero casi siempre cumplida, de que la emoción y los sentimientos hay que dejarlos fuera al entrar en el palco oficial. Gritó como la que más, aplaudió, se levantó, y se dejó fotografiar, abrazar y achuchar por quienes se acercaban dispuestos a compartir con ella el entusiasmo, la alegría, la gloria de vernos por primera vez en una final del Mundial.

Estos chicos de la selección han mostrado lo mejor de sí mismos, y se han convertido en un ejemplo de cómo debe ser un triunfador: han llegado a lo más alto a través del esfuerzo, han apostado por el equipo más que por el protagonismo, han obedecido sin chistar las consignas y decisiones de su jefe, de su entrenador, del seleccionador, y han sabido estar a la altura de las circunstancias, que no era fácil porque al principio podían haber caído en la tentación de dejarse llevar por el desánimo y, después, por la soberbia y la vanidad que a menudo trae aparejado el triunfo.

Pocas veces se ha vivido un acontecimiento con tanta unanimidad en el entusiasmo, en la alegría, en la satisfacción de sentirse parte de un país que a pesar de sus miserias tiene capacidad para ser grande. Que no nos amargue nadie la fiesta: se logró ganar contra todo pronóstico. Y se puede repetir.

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