El poliedro

Un gol de 6.000 millones de euros

La emisión de bonos del Estado es la alternativa normal a lanzarse en los brazos del rescate internacional

SIN duda, a Carlos Ocaña, secretario de Estado de Hacienda, le dio más subidón haber conseguido colocar el martes la última emisión de deuda soberana que, el miércoles, el cabezazo de Conan Puyol que acabó en las redes del alemán Neuer. Apuesto a que el propio Zapatero sintió mayor alivio por lograr salvar los muebles de la tesorería nacional que euforia por el gol de la ya mítica selección de Del Bosque. Mientras que un gol de esta significación puede, transitoriamente, confortar al pueblo español -demos por cierto que tal cosa existe- y elevar sus expectativas también en lo económico, conseguir 6.000 millones de euros es oxígeno para nuestras cuentas públicas: para amortizar deudas anteriores que vencen (sólo en julio, 7.500 millones), para pagar "capítulos uno" de ministerios y empresas, para transferencias a poderes autonómicos o locales, para seguir haciendo carreteras, vías de AVE y operaciones en los hospitales.

Según el medio que informara, tal colocación de deuda es un éxito que demuestra que nos quieren y que somos fiables como deudores o, por el contrario, nos ha salido carísima porque hemos tenido que animar a los inversores con primas de riesgo que implicarán altos intereses a pagar por los bonos en cuestión. La realidad, en este caso, es gris. Y no porque sea una noticia que deba apesadumbrarnos; al contrario, estas emisiones han sido y son algo de lo más habitual durante décadas por parte de los países, digamos, normales. Pura gestión financiera: acudo a las fuentes de crédito para remunerar mis gastos corrientes e inversiones; nada que ver con la solvencia, y menos con la quiebra que tanto pone a agoreros natos y a manipuladores de los precios. La noticia es gris -ni el blanco ni el negro de los tertulianos de radio o barra- porque, siendo verdad que a nosotros nos sale la emisión más cara en intereses que a Alemania o Francia, España no sólo ha colocado lo que se esperaba, sino unos 1.500 millones más. Y además ha colocado el 66% a inversores extranjeros. ¿Que buscan el diferencial? Cierto. ¿Que les parece fiable la emisión? Cierto también. Eso es importante. Mientras que la colocación nacional se nutre de compromisos con grandes instituciones españolas, bancos sobre todo (y en ese trajín hay en juego, es un poner, que vayas o no a la subasta de tal caja y otros intercambios top-secret), los extranjeros no se la juegan por mucho que le den una prima de riesgo de dos puntos porcentuales. También ha tenido que ver en este asunto el hecho de que, en otros países y en este mes, los estados han tenido que amortizar sus propias emisiones pasadas por un total de 30.000 millones, lo que ha puesto dinerito fresco en manos de ahorradores… que en parte se han fijado en España. Porque España tiene, de momento, las espaldas cubiertas. Por varias razones.

Primero, porque no se transforma un país de la noche al día de vigoroso en difunto sin pasar por enfermo. Segundo, porque a ningún inversor privado o público (quitando los siniestros apostantes de la ruina mediante la llamada venta corta) de nuestro entorno le interesa nuestra bancarrota. China, por cierto, se incluye en el concepto "entorno", que habrá que revisar. Tercero, porque siempre nos quedaría el rescate a la griega. Más allá de si ese escenario puede darse o no, cada vez hay más gente que afirma que nos resultaría más seguro y fácil no estar en el sinvivir de la colocación de deuda soberana y acudir a un préstamo -caro, pero fácil de obtener y estable- de la UE o del FMI. Habría que ver adónde nos llevaría, a medio plazo, el lanzarnos al rescate y la intervención. Pero eso da para otra columna.

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