HACE cuatro años, nada más prometer sus cargos antes el Rey y constituir su primer Gobierno, Zapatero debutó con un golpe de efecto que dio la vuelta al mundo: la retirada de las tropas españolas enviadas a Iraq por Aznar. En su segundo mandato, tras publicitar la nueva alineación del Consejo de Ministros, Zapatero necesita dar otro golpe de efecto para ilusionar a la ciudadanía. En 2004 tuvo arrestos para darle largas a Bush y cumplir su promesa ante los depositarios de la soberanía nacional. En 2008, aunque no haya manifestaciones, el pueblo tiene claro que el enemigo a batir es otro: la crisis. Y no cuela demonizar a las hipotecas subprime de Estados Unidos para endosarles toda la responsabilidad del bajonazo económico.

Como Zapatero no puede ordenar la retirada de nuestras tropas bursátiles en Wall Street, necesita otro aldabonazo. Y tampoco le vale retirar a la selección de fútbol de la Eurocopa por el chuleo de la UEFA y Villar, ni a los deportistas clasificados para los Juegos Olímpicos por la tiranía del Gobierno pequinés dentro y fuera de China. Esta vez necesita una medida espectacular de consumo interno, de economía pura y dura. Ello pone a prueba si es más valiente con el Pentágono que con los poderes fácticos nacionales que manejan la macroeconomía cuyos deslumbrantes datos han sido durante años el asombro de Europa.

Con un Gobierno cuyos pilares son, afortunadamente, políticos serios como Solbes, De la Vega y Rubalcaba, más Alonso como ministro de los pactos en el Congreso, ante la desazón general por el apagón económico no valen como cortinas de humo asuntos de gran importancia como ETA, la regeneración de los sistemas educativo y judicial, y la ampliación de derechos sociales. Las familias españolas necesitan un golpe de timón en el modelo económico y medidas urgentes para saber por dónde caminar e invertir en la travesía del desierto inmobiliario de 2008 a 2010. Mantener al país en los eufemismos es el mejor camino para quedarnos colgados de la brocha.