La ciudad y los días

Carlos Colón

El gordo malo

DECÍA Trinidad Jiménez, al firmar con las televisiones el acuerdo de autorregulación, que se trataba "de un paso más en la lucha del Gobierno contra la obesidad infantil" y que el objetivo era "disminuir la presión publicitaria sobre los menores de 12 años y fomentar en ellos hábitos saludables". Bien está, decíamos ayer, que se cuiden estas cosas. Pero nos preguntábamos si no le interesa al Gobierno luchar también contra la obesidad mental, la grasa de la ignorancia o el colesterol de los reality. O si no le interesa fomentar hábitos saludables también en lo que a la educación se refiere. La publicidad dirigida a los niños debe estar sometida a un riguroso control. Y la obesidad es perniciosa para la salud, qué duda cabe. Pero la ignorancia, la estupidez, la chulería y la irreflexión son peores; aunque parece que conviene más fomentarlas a quienes desde el poder político y mediático están convirtiendo la democracia en telecracia, el ciudadano en telespectador y las elecciones en sondeos de audiencia. En cuanto a los peligros de la publicidad que incita al consumo de productos concretos, hay que decir que mayores aún son los que acechan a través de la emisión de telebasura en horario blindado (como todos los años denuncia el Observatorio de Contenidos Televisivos y Audiovisuales, "los magacines y programas de telerrealidad que las cadenas emiten cada tarde son el principal foco de vulneración del horario de protección infantil"); y muy especialmente a través de las series o concursos que proponen determinadas imágenes de la adolescencia o que proponen concretos modelos de comportamiento.

Lo peor que emiten las cadenas en horarios blindados no son los anuncios de productos que engorden. Si fuera así viviríamos en un paraíso audiovisual en vez de en estercolero en que lo hacemos. La víctima escogida por las televisiones -porque de no ser así dudo que hubieran firmado el acuerdo- es cómoda y no les supone la pérdida de esa audiencia que se gana, no sólo removiendo la mierda, sino produciéndola. Y además es políticamente correcta (ya me barrunté por dónde iban las cosas cuando hace 19 años vi que en Parque Jurásico el único que fumaba era un negro y el malo, gordo. No se extrañen que pronto censuren los libros de texto para que los niños no se expongan al peligro de gordos ilustres como Churchill, inteligentes como Chesterton o simpáticos como Sancho Panza o Mr. Pickwick. ¿O se ha hecho ya? ¿Saben los escolares quiénes fueron estos obesos personajes? Se adelantó a su tiempo Sydney Greenstreet en El Halcón Maltés y Casablanca: el gordo es el malo.

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