Pasarán los días, pasará no sé cuánto tiempo y seguiremos recordando aquel sábado de septiembre en que se reabrió la plaza de toros más bella del mundo. Pasará mucho tiempo y permanecerá grabado en la sesera cómo la Banda Tejera interpretó la Marcha Real. Qué solemnidad la del himno en versión lenta, cómo sonaba entre la ovación de un público gozosamente emocionado por lo que estaba viendo. Y al poco de que aquello culminase con los vivas y las ovaciones supimos que un enorme sevillano y español había muerto. Se fue eternamente joven Aquilino Duque sin haber participado del gozo de algo que tanto amaba como eran las señas de identidad que nunca deberíamos dejarnos arrebatar. La primera felicitación que recibí cuando el Premio Ramírez fue la suya y ahora con su muerte vemos cómo la felicidad nunca es completa y un gran día se tiñe de luto.
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