Con el debido respeto a los inventores y a los croatas, lo de esta noche es algo que puede calificarse de final anticipada, lo que no quiere decir, fútbol es fútbol, que de ella salga el campeón del Mundo. Aunque el Mundial se nos atragantó con prisas por el caso Lopetegui para agravarse con los fallos del portero y hacerse letal ante el catenaccio ruso, el Mundial es un regalo que nos llega cada cuatro años y no hay que perderle la cara.

Por todo eso y aunque el fútbol cercano nos ofrece noticias como el nombramiento de Luis Enrique o la celebración de la Supercopa de España a partido único, el Bélgica-Francia de hoy es un acontecimiento de calado indudable entre dos equipos eufóricos que representan a dos países contentísimos de cómo son representados en este Rusia 2018. Creo que ambos son los dos bloques más sólidos de cuantos acudieron a la cita, los mejor trabajados tácticamente de abajo arriba.

Eso de configurar los equipos como se levantan los edificios, de abajo hacia arriba, es la norma a seguir para que un bloque no se resienta y tanto Didier Deschamps, que hay que ver cómo se la jugó prescindiendo de Benzema, como Roberto Martínez la han seguido de la A a la Z. Seguros atrás, fortísimos en el ecuador y potentes y con velocidad en vanguardia, Francia y Bélgica andan postulándose para lo mejor, de ahí el interés de lo de hoy en la bellísima San Petersburgo.

Será un pulso entre Griezmann y De Bruyne en la zona de proyectos para que Mbappé de azul y Lukaku de rojo hagan peligrar la integridad de unos marcos defendidos por el portentoso Courtois y por Lloris, ese guardameta que rara vez se equivoca. Por aquí llama la atención la heterodoxia del calzón verde del Betis y que se haya impuesto la razón descargando el calendario mediante Supercopa a cara o cruz, pero el fútbol universal se rinde hoy ante una final anticipada.