La hostelería sevillana ha lanzado esta semana un grito de socorro. Podríamos estar a las puertas de una ola de cierres definitivos en una ciudad en la que los bares son su principal mecanismo de socialización. El negocio ha caído hasta extremos inimaginable hace unos meses y las reaperturas que se están produciendo reflejan más una voluntad de supervivencia que unas expectativas de negocio. No sólo es el turismo, cuya huida masiva afecta al centro y zonas emblemáticas. También los sevillanos se han retraído por la crisis económica y el miedo a los contagios. Una situación de desastre sin final previsible.
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