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La ciudad y los días

carlos / colón

La guerra que viene

CUÁNTOS atentados y muertos más deberán sumarse para que los gobiernos europeos se tomen en serio la amenaza del terrorismo islámico? Y tomarse en serio quiere decir que tengan el valor de admitir que los terroristas están infiltrados entre las comunidades islámicas pacíficas que a su vez forman parte del tejido social europeo; y que tengan la inteligencia de frenar tanto el ascenso de la islamofobia de extrema derecha como del terrorismo islámico. Hasta ahora se ha preferido afrontarlo como un problema sólo policial y entonar el canto multicultural en nombre de los principios democráticos europeos.

Las autoridades tienen un lógico miedo a reconocer la verdad: que Europa se enfrenta a la mayor amenaza desde el ascenso de los totalitarismos en los años 20 y 30; y que se trata de un peligro mayor por estar disperso por todo el mundo a la vez que infiltrado entre nosotros. Se podía declarar la guerra a la Alemania nazi o a la Italia fascista. Eran ideologías ligadas a territorios y líderes. Pero el terrorismo islámico carece de una única cabeza, es global y está arraigado en las sociedades europeas. Admitir esto, cosa que los gobiernos se están negando prudente o suicidamente a hacer, nos situaría ante un horizonte de terrorífica inestabilidad y vulnerabilidad, enfrentados a una contienda que sería tan costosa en vidas como difícil de ganarse. Y que además obligaría a tomar medidas de defensa que repugnan a la mentalidad democrática europea.

Pero a los políticos se les paga para que aborden estas cuestiones que a los ciudadanos nos desbordan, para que digan lo que nadie quiere -porque todos lo temen- oír y para que hagan lo que es más duro y arriesgado de hacerse. Dos días antes de la matanza de París multitudinarias manifestaciones contra la islamofobia recorrieron varias ciudades alemanas protestando contra el movimiento Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente). Tienen razón porque el racismo y la xenofobia son odiosos y peligrosos. Pero no debe olvidarse que la más eficaz forma de luchar contra la islamofobia es establecer un diagnóstico realista de la situación, en vez de negarse a reconocer su gravedad, y actuar con la mayor contundencia contra el fundamentalismo en el interior y en el exterior, en vez de dejar que siga creciendo gracias a una política tan ciega como la que siguieron las potencias occidentales frente al ascenso del nazismo.

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