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La tribuna

Alfonso Ramírez De Arellano

Por qué nos gusta leer

AL disfrutar por primera vez de una obra de ficción experimentamos una nueva dimensión que nos transforma sutilmente. Su impacto sólo es comparable al residuo onírico con que algunos sueños tiñen nuestra vigilia. Después de su lectura nada es igual porque toda nuestra vida se impregna de elementos literarios. No sólo de nuevos paisajes, personajes y emociones, también de la capacidad de fabular. Con la lectura de obras de ficción mejora el discurso general de nuestra vida y hasta nuestros sueños ganan en calidad literaria. Pero eso no quiere decir que nos haga mejores personas, la literatura no está hecha para el perfeccionamiento moral, en todo caso estético. Es verdad que existen conexiones místicas entre bondad y belleza, pero todos conocemos estetas que son unos indeseables.

Vale, pero ¿por qué nos gusta leer? Nos gusta leer porque somos seres narrativos. Nuestra identidad es el resultado de un relato ininterrumpido cuyos autores somos nosotros. Vamos contando nuestra vida a los demás y a nosotros mismos y la memoria colabora recordando mejor las historias que los hechos en que se basan. Nos gusta la ficción porque somos ficticios. No en el sentido de que seamos falsos -bueno, algunos más que otros-, sino en el sentido de personajes de una trama que construimos con los elementos que la vida nos ofrece y nuestra capacidad de contar historias.

Es difícil imaginar siquiera nuestra identidad sin ese fluir discursivo del que somos narradores. Narradores y protagonistas, aunque también víctimas, ya que casi nunca somos completamente dueños de la trama. ¡Maldita sea!, ni en nuestra propias invenciones salen las cosas tal y como queremos.

Hablando de literatura hemos llegado a la vieja pregunta antropológica de ¿quién soy yo?, y a su respuesta: soy el narrador. Suena un poco contundente, pero así es. La identidad del narrador es lo único que no cambia a lo largo de la vida. Cambian el punto de vista del narrador (a veces omnisciente, a veces atrapado en un personaje), la trama, los personajes (mamá, papá, las mujeres, esa mujer en particular, dame pasta viejo, que me voy de marcha, qué se habrá creído Juan Alberto, el mamón de mi jefe, qué ricura de nieto, etc.), el estilo, el género (normalmente prosa, con pinceladas épicas y líricas para el recuerdo), incluso el protagonista se nos puede ir de las manos hasta el punto de que nos cueste reconocerlo. Cuando es muy joven por imprevisible, y a partir de cierta edad, porque comienza a parecerse inquietantemente a nuestro padre o nuestra madre sin que podamos hacer nada por evitarlo. Y es que llevamos la literatura en los genes.

La novela, en realidad cualquier género de ficción, nos ayuda porque es una narración muy bien construida de la que podemos tomar prestados elementos para el desarrollo de nuestra trama vital, pero sobre todo porque nos revela la materia de la que estamos hechos. No podemos evitarlo. Ni cuando nos entregamos a la vorágine de la vida social abandonamos el terreno narrativo, simplemente ingresamos en el mundo dialogado del arte dramático y el cine convirtiéndonos en actores y dramaturgos, que en el fondo es lo que somos: auténticos monos dramáticos.

Pero volvamos a la idea inicial de que todo cambia después de la primera vez. Aparentemente el mundo seguirá siendo el mismo tras habernos sumergido en una trama de ficción, pero sabremos que existen otros mundos. Nosotros tampoco habremos cambiado, pero percibiremos otras vidas en nuestro interior. Otras vidas con las que vivir otros mundos. Y todo eso sin volvernos locos, sin tener que abandonar nuestra butaca favorita, ni tener que desarrollar lo que los americanos llaman, por falta de imaginación, una personalidad múltiple.

Bueno, tampoco es tan fácil; leer no es consumir. Hace falta cierta disposición de ánimo para abrir las tapas de un libro de ficción sabiendo que los misterios nunca se revelan impunemente, que la aventura allí escondida puede apoderarse completamente de nosotros, y, también, cierta actitud, ya que sólo descubrimos los secretos de un buen libro a cambio de nuestra entrega incondicional al placer de su lectura.

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