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Me gusta cómo montas en bicicleta./ Saludando al lavandero y a la vendedora de berenjenas […]/ sin perder un solo pedaleo pero inmóvil […]/ con determinación, con reflejos, con alegría […]/ perfecta en el caos porque no ves la diferencia entre éste y el orden,/ saltando los baches con el mismo movimiento de hombros que haces cuando te quitas la camiseta…". Son fragmentos de un poema de Jesús Aguado. Su voz poética pedalea detrás de la amada, y llora del amor de contemplarla sobre la bici y es por eso que no ve el carrito de los zumos y claro, qué golpe, qué risa, qué maravilla. Traigo este poema hasta aquí, ya lo suponen, a propósito de la polémica por un curso que forma parte del plan director de la bicicleta, y que fue aprobado en pleno por unanimidad, para enseñar a las mujeres a montar en bicicleta. Más que polémica, la opinión publicada prevalente reacciona, ora con razones ora con mero sarcasmo, ante la iniciativa. Quienes saltan en contra afean que el curso sea para mujeres. Hay mucha gente que no entiende que a quienes, por causas estructurales, no han gozado en la práctica de las mismas libertades u oportunidades, se les dote específicamente de ocasión y herramientas. Sobre todo, hay muchas personas que aún no consiguen ver que la desigualdad de facto acucia en muchos ámbitos (usos y costumbres, roles, educación sentimental, expectativas, uso del espacio y la voz pública…) a las mujeres. Obviamente, quienes no lo ven se revuelven ante iniciativas como esta. Incluso hay quienes, reconociendo la desigualdad, no consideran que haya que emprender este ni otros proyectos. La frase "Hay cosas más importantes que hacer y a las que destinar el dinero", puede llegar a ser demagógica. De seguir a lo loco su lógica, no tendría cabida en este puñetero mundo destinar recursos a la orquesta sinfónica, o a la renovación de las sábanas del hospital, o a enseñar a nadie a montar en bicicleta.

En cierta ocasión, en uno de los talleres literarios que imparto, propuse que cada cual escribiera desde el niño o la niña que aún llevamos dentro. Los hombres del grupo escribieron sobre inmensos campos de fútbol, sueños de astronauta, juegos en la calle. En los textos de ellas aparecían, sin drama ni consciencia de ello, espacios privados y la angustia del mandato de ser buenas. Es un hecho que la socialización de hombres y mujeres fue y sigue siendo diferente; la conquista del espacio público y reconocerlo como propio aún es para nosotras más difícil. Cuántas que se han puesto al volante han soportado el "mujer tenías que ser". Por lo general, llegamos más tarde y temblorosas a la primera bicicleta. Muchas hemos sabido que no éramos las torpes que creíamos ser, cuando, ya de grandes, volvimos a pedalear con miedo y alegría por las calles de Sevilla.

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