La esquina

josé / aguilar

Ni hablar de autocensura

DE momento no ha salido nadie medio qué pidiendo un debate sobre qué hemos hecho mal, cuánto oprimimos al mundo islámico y cómo rechazamos a los inmigrantes para tratar de explicar el horrendo atentado de París. Nuestra mala conciencia, que probablemente remite al lejano pasado colonial, puede llegar a ser ilimitada. Como el complejo de culpa por haber construido un sistema decente y vivible.

Pero sí se han empezado a escuchar las voces del buenismo recalcitrante que exigen no provocar a la bestia yihadista dándole pretextos para justificar sus crímenes. ¡Como si esos dos hermanos caínes necesitaran pretextos para actuar! Ya pasó cuando las caricaturas danesas: hasta presidentes de gobierno hubo que llamaron a no escribir ni decir nada que pudiera ofender a los creyentes (a los creyentes en Alá, por supuesto, a los de otras religiones no importa ofenderles).

Echemos el balón al suelo. En nuestra sociedad tan respetables son unas creencias como otras, y tan deleznables quienes asesinan en nombre de su credo personal. En nuestra sociedad el individuo o el grupo social que se sienta escarnecido en sus convicciones tiene derecho a acudir a los tribunales para que castiguen, si ha lugar, al presunto vejador. A lo que no tiene derecho es a erigirse en policía, fiscal, juez y verdugo a la vez para vengar la ofensa recibida. En nuestra sociedad existe una cosa que se llama libertad de expresión que resulta ser eje fundamental de la convivencia.

Libertad que no es de los periodistas, aunque la ejerzamos como oficio, sino de todos los ciudadanos. Por eso no cabe ni pensar en la autocensura para apaciguar a los no apaciguables que ya han decidido previamente imponer sus ideas a tiros. Porque autocensurarnos sería, a la vez, dejar de ser lo que somos aceptando el chantaje, y vulnerar derechos de la gente, en un proceso que es acumulativo: nada envalentona más a los matones que la certeza de su impunidad y el silencio de los corderos obedientes y sumisos a sus amenazas. Que no son amenazas a personas concretas, aunque la violencia le toque azarosamente a unas u otras, sino ataques directos a nuestros principios y nuestros valores. En Madrid, Londres o, ahora, París, el desafío es el mismo.

Por eso en esta ocasión sí me parece válida y cabal una expresión que normalmente detesto. Ahora, en enero de 2015, sí es cierto: "Nous sommmes Charlie".

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