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Azul Klein

Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

La higuera

Varios ejemplares crecen exuberantes junto al río y recuerdan que, a pesar de todo, ha llegado el verano

Desde el parque de San Jerónimo a la réplica de la nao Victoria amarrada junto a la Torre del Oro ha contado cuatro higueras. Crecen exuberantes junto al río, con sus hojas grandes y ásperas, y las busca entre otros árboles y arbustos cuando sale a correr por las mañanas. Las higueras la distraen de su flamante preocupación: acertar qué día del mes llegará esa parte de su sueldo que le ingresa el Inem desde que entró como otros 2,2 millones de españoles en un expediente temporal. Algunas amigas suyas han esperado dos e incluso tres meses para que le abonen el desempleo, por lo que debería sentirse afortunada, ya que ella no suele aguardar más de una semana, dos a lo sumo. En Europa son 43 los millones de trabajadores y empresas que comparten su situación, pero esas grandes cifras no le reportan tranquilidad ni consuelo porque, desde que vio el impacto en su nómina, acrecentado por su reducción de jornada por maternidad, el mundo se divide para ella en dos: quienes tienen incertidumbre y quienes todavía no la tienen. Los segundos, entre ellos familiares funcionarios y amistades que trabajan para la administración, hacen planes para su mes de vacaciones, renuevan la cuota de Netflix y se plantean a partir de septiembre un escenario económico similar al de ahora. Los otros, como ella, viven en lo que de toda la vida se llamó la cuerda floja.

Cuando se dio cuenta de todo el poder adquisitivo que había perdido en apenas dos meses, su primera decisión fue cortarse el pelo. Pero no en la peluquería que hasta ahora había frecuentado, sino en una de la periferia donde no la conocían pero de cuyos buenos precios, oficio y discreción le habían hablado otras amigas que tampoco sabían a qué atenerse con respecto a sus economías domésticas en la anormalidad que se había vuelto su cotidianidad. El corte no le entusiasmó, pero le había costado 10 euros en lugar de los 50 que solía pagar hasta ahora. ¿A cuántas cosas verdaderamente importantes, en lugar de aquella minucia, tendría que renunciar en los próximos meses? Mientras pensaba todo esto la telefoneó su padre, al que no veía desde principios de marzo. Desde que fue posible viajar entre provincias sus turnos laborales se lo habían impedido. "Te he mandado con tus hermanos una caja de brevas para que las pruebes. La próxima, vienes tú a por ella", le decía su progenitor, con ese estoicismo suyo tan característico. Por su naturaleza tan efímera, por su sabor delicioso, por los recuerdos que le traían de la infancia -las higueras crecían en el huerto de su abuelo, junto a un manantial-, eran su fruta favorita, la que marcaba el comienzo del verano. Cuando colgó el teléfono ya sonreía. Se tocó el pelo. "Por lo menos no tengo trasquilones -pensó-. Y para diciembre, también esto crecerá".

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